Más allá de la maldición de los recursos
Por Humberto Campodonico
Existe una amplia literatura económica que habla de una maldición para quienes poseen abundantes recursos naturales, tales como petróleo, minerales y productos agrícolas: éstos tendrían un menor crecimiento económico que quienes no los poseen. A lo que se agrega una acentuación en la desigualdad en la distribución del ingreso.
Uno de los males consiste en que la abundante entrada de divisas lleva a una sobre oferta de dólares y, por tanto, a un dólar barato. Por lo mismo, los bienes importados bajan de precio, perjudicando a la industria nacional y desincentivando nuevas inversiones. Esta es la “enfermedad holandesa”, por lo que pasó en ese país cuando se descubrieron grandes yacimientos de petróleo.
Otro mal es el “rentismo”: los gobernantes se acostumbran a recibir “facilito” los dólares de las actividades extractivas, generando “pereza fiscal”: disminuye la preocupación en recaudar los impuestos necesarios (se contentan con lo que tienen). Y estos grandes ingresos generan adicción: los gobiernos incentivan la entrada continua de inversiones en recursos naturales para mantener el statu quo.
Otra característica es que la poca transparencia es el caldo de cultivo de la corrupción. Esto no solo genera inequidad sino un gran malestar social. Por ello, a principios de este milenio se creó la Iniciativa para la Transparencia de las Industrias Extractivas, que reúne a gobiernos, empresas y organizaciones de la sociedad civil con el objetivo de “transparentar” y monitorear los pagos de impuestos que realizan las empresas. El Perú es miembro pleno del EITI desde hace dos o tres años.
Sin embargo, hay quienes afirman que la existencia de todos estos males no lleva, necesariamente, a la maldición. Así, Paul Collier, economista de la Universidad de Oxford, dice en su último libro “El Planeta Devastado” (Oxford University Press, 2010): “la maldición de los recursos naturales está limitada a los países que tienen una gobernanza débil”. Por gobernanza se entiende un marco institucional que impida las malas prácticas y la “pereza fiscal”, lo que va de la mano con políticas económicas y monetarias que, por ejemplo, impidan la apreciación de la moneda (ahí sí estamos en falta).
Si esto se hace, no habría la tal maldición. Más bien, nos debería interesar construir esa buena “gobernanza”, al mismo tiempo que esas “buenas” políticas económicas y monetarias. ¿Así de fácil?
No, porque incluso la aplicación de lo señalado se desarrolla en un ámbito muy distinto al de los impactos directos e indirectos en el medio ambiente y, también, en las poblaciones directamente afectadas. Así, por ejemplo, la construcción de una represa en la amazonía puede tener buena “gobernanza” pero muy malos impactos ambientales y sociales. Esta esfera, entonces, necesita una “gobernanza” ad hoc, como, por ejemplo, la consulta previa a las comunidades originarias y, también, la preservación de la biodiversidad amazónica. El Perú está retrocediendo en este terreno.
Pero falta más. La dependencia en la exportación de unas pocas materias primas genera “vulnerabilidad externa”. Si disminuyen sus precios, bajarán los ingresos de divisas por exportaciones y, también, las utilidades de las empresas (eso reduce el canon minero y provoca las protestas que hoy vemos), lo que reducirá los ingresos fiscales: tendremos balanza comercial negativa, dólar al alza y déficit fiscales.
¿Suena conocido? ¿Alguien escuchó hablar de “vacas más flacas” o “menos gordas”? Justamente por eso hay que ir más allá de las dos “gobernanzas” señaladas. Se trata de diversificar la base productiva y las exportaciones para reducir la excesiva dependencia en las materias primas. Es lo que han hecho los países asiáticos, a partir de políticas activas del Estado.
Han pasado diez años con viento a favor (y no se aprovechó ese lapso para cobrar un impuesto a las sobreganancias) pero el 75% de las exportaciones del Perú sigue siendo materias primas. Se pudo hacer mucho en este periodo, pero se prefirió el facilismo del “piloto automático”. ¿Ha sido esta una década perdida para reducir la vulnerabilidad? Sí.
No hay, entonces, maldición inevitable de los recursos naturales. Se necesitan buenas “gobernanzas” y, también, políticas que reduzcan la vulnerabilidad externa e impulsen la transformación de la base productiva (allí se insertan el gasoducto del sur y el polo petroquímico, que saldrán, ¿para las calendas griegas?). De eso carecemos hoy.
Existe una amplia literatura económica que habla de una maldición para quienes poseen abundantes recursos naturales, tales como petróleo, minerales y productos agrícolas: éstos tendrían un menor crecimiento económico que quienes no los poseen. A lo que se agrega una acentuación en la desigualdad en la distribución del ingreso.
Uno de los males consiste en que la abundante entrada de divisas lleva a una sobre oferta de dólares y, por tanto, a un dólar barato. Por lo mismo, los bienes importados bajan de precio, perjudicando a la industria nacional y desincentivando nuevas inversiones. Esta es la “enfermedad holandesa”, por lo que pasó en ese país cuando se descubrieron grandes yacimientos de petróleo.
Otro mal es el “rentismo”: los gobernantes se acostumbran a recibir “facilito” los dólares de las actividades extractivas, generando “pereza fiscal”: disminuye la preocupación en recaudar los impuestos necesarios (se contentan con lo que tienen). Y estos grandes ingresos generan adicción: los gobiernos incentivan la entrada continua de inversiones en recursos naturales para mantener el statu quo.
Otra característica es que la poca transparencia es el caldo de cultivo de la corrupción. Esto no solo genera inequidad sino un gran malestar social. Por ello, a principios de este milenio se creó la Iniciativa para la Transparencia de las Industrias Extractivas, que reúne a gobiernos, empresas y organizaciones de la sociedad civil con el objetivo de “transparentar” y monitorear los pagos de impuestos que realizan las empresas. El Perú es miembro pleno del EITI desde hace dos o tres años.
Sin embargo, hay quienes afirman que la existencia de todos estos males no lleva, necesariamente, a la maldición. Así, Paul Collier, economista de la Universidad de Oxford, dice en su último libro “El Planeta Devastado” (Oxford University Press, 2010): “la maldición de los recursos naturales está limitada a los países que tienen una gobernanza débil”. Por gobernanza se entiende un marco institucional que impida las malas prácticas y la “pereza fiscal”, lo que va de la mano con políticas económicas y monetarias que, por ejemplo, impidan la apreciación de la moneda (ahí sí estamos en falta).
Si esto se hace, no habría la tal maldición. Más bien, nos debería interesar construir esa buena “gobernanza”, al mismo tiempo que esas “buenas” políticas económicas y monetarias. ¿Así de fácil?
No, porque incluso la aplicación de lo señalado se desarrolla en un ámbito muy distinto al de los impactos directos e indirectos en el medio ambiente y, también, en las poblaciones directamente afectadas. Así, por ejemplo, la construcción de una represa en la amazonía puede tener buena “gobernanza” pero muy malos impactos ambientales y sociales. Esta esfera, entonces, necesita una “gobernanza” ad hoc, como, por ejemplo, la consulta previa a las comunidades originarias y, también, la preservación de la biodiversidad amazónica. El Perú está retrocediendo en este terreno.
Pero falta más. La dependencia en la exportación de unas pocas materias primas genera “vulnerabilidad externa”. Si disminuyen sus precios, bajarán los ingresos de divisas por exportaciones y, también, las utilidades de las empresas (eso reduce el canon minero y provoca las protestas que hoy vemos), lo que reducirá los ingresos fiscales: tendremos balanza comercial negativa, dólar al alza y déficit fiscales.
¿Suena conocido? ¿Alguien escuchó hablar de “vacas más flacas” o “menos gordas”? Justamente por eso hay que ir más allá de las dos “gobernanzas” señaladas. Se trata de diversificar la base productiva y las exportaciones para reducir la excesiva dependencia en las materias primas. Es lo que han hecho los países asiáticos, a partir de políticas activas del Estado.
Han pasado diez años con viento a favor (y no se aprovechó ese lapso para cobrar un impuesto a las sobreganancias) pero el 75% de las exportaciones del Perú sigue siendo materias primas. Se pudo hacer mucho en este periodo, pero se prefirió el facilismo del “piloto automático”. ¿Ha sido esta una década perdida para reducir la vulnerabilidad? Sí.
No hay, entonces, maldición inevitable de los recursos naturales. Se necesitan buenas “gobernanzas” y, también, políticas que reduzcan la vulnerabilidad externa e impulsen la transformación de la base productiva (allí se insertan el gasoducto del sur y el polo petroquímico, que saldrán, ¿para las calendas griegas?). De eso carecemos hoy.
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