Fundamentos del progreso peruano: el guano moderno
Por César Gamboa Balbín
Tuve la oportunidad de participar en una reunión en la cual el economista peruano Óscar Ugarteche exponía algunas reflexiones sobre los problemas de la economía global y los signos de una recesión de los mercados.
Lo que se pintaba era sombrío porque cada vez éramos menos eficientes en nuestra forma de vivir y la naturaleza, así como la desigualdad nos hacía ver que la idea de “progreso” era cuestionable. Si bien no se avizora una revolución industrial o tecnológica para cambiar nuestra matriz energética y patrón de consumo, la peor suerte la llevarán los países primario-exportadores. La concentración del ingreso por parte de Estados Unidos tiene una serie de consecuencias (subida de la tasa de interés, caída de los precios de los minerales, desaceleración de las economías, menor gasto público, etc) que impactarán en la economía peruana y en su política pública. Lastimosamente el Perú no estuvo preparado para dichos cambios (no diversificó su economía dependiente de la extracción del “guano” moderno) y le tocará enfrentarse al “baile de los que sobran”.
Frente a ello, el gobierno se ha propuesto implementar una serie de medidas que no atacan el tema de fondo (diversificar la economía), sino más bien “ser atractivo” a la inversión extranjera directa y reducir los costos (ambientales, sociales, laborales) para la ya acentuada, dándoles la tan ansiada “confianza” que necesitaban para seguir invirtiendo en nuestro país. Lo cierto es que con medios de comunicación de por medio, expertos “comprometidos” y alguna academia “prestada”, se ha conseguido dar confianza mediante el discurso dogmático que el mercado lo puede todo, y que podemos enfrentar lo que se viene para el Perú.
Sin embargo, el trasladar el costo ambiental y social del inversionista al funcionario (responsabilidad administrativa por cualquier demora en la evaluación ambiental); al patrimonio cultural y arqueológico (silencio positivo administrativo para los Certificados de Inexistencia de Restos Arqueológicos); y finalmente a la naturaleza (generando incertidumbre si realmente se reducen impactos ambientales y sociales), no necesariamente aseguraran inversiones, porque estas medidas, junto con otras (mayor flexibilización laboral en sector público y privado), pueden traer como una errada fórmula mayores conflictos sociales y ambientales, desconfianza en la población, mayor riesgo ambiental y una inestabilidad política que impida acentuar inversiones a largo plazo. El miedo rentista y cortoplacista se impone a una visión de futuro sobre el modelo de desarrollo peruano. Como decía Óscar Ugarteche el lunes, el discurso dogmático enceguece al Perú.
Tuve la oportunidad de participar en una reunión en la cual el economista peruano Óscar Ugarteche exponía algunas reflexiones sobre los problemas de la economía global y los signos de una recesión de los mercados.
Lo que se pintaba era sombrío porque cada vez éramos menos eficientes en nuestra forma de vivir y la naturaleza, así como la desigualdad nos hacía ver que la idea de “progreso” era cuestionable. Si bien no se avizora una revolución industrial o tecnológica para cambiar nuestra matriz energética y patrón de consumo, la peor suerte la llevarán los países primario-exportadores. La concentración del ingreso por parte de Estados Unidos tiene una serie de consecuencias (subida de la tasa de interés, caída de los precios de los minerales, desaceleración de las economías, menor gasto público, etc) que impactarán en la economía peruana y en su política pública. Lastimosamente el Perú no estuvo preparado para dichos cambios (no diversificó su economía dependiente de la extracción del “guano” moderno) y le tocará enfrentarse al “baile de los que sobran”.
Frente a ello, el gobierno se ha propuesto implementar una serie de medidas que no atacan el tema de fondo (diversificar la economía), sino más bien “ser atractivo” a la inversión extranjera directa y reducir los costos (ambientales, sociales, laborales) para la ya acentuada, dándoles la tan ansiada “confianza” que necesitaban para seguir invirtiendo en nuestro país. Lo cierto es que con medios de comunicación de por medio, expertos “comprometidos” y alguna academia “prestada”, se ha conseguido dar confianza mediante el discurso dogmático que el mercado lo puede todo, y que podemos enfrentar lo que se viene para el Perú.
Sin embargo, el trasladar el costo ambiental y social del inversionista al funcionario (responsabilidad administrativa por cualquier demora en la evaluación ambiental); al patrimonio cultural y arqueológico (silencio positivo administrativo para los Certificados de Inexistencia de Restos Arqueológicos); y finalmente a la naturaleza (generando incertidumbre si realmente se reducen impactos ambientales y sociales), no necesariamente aseguraran inversiones, porque estas medidas, junto con otras (mayor flexibilización laboral en sector público y privado), pueden traer como una errada fórmula mayores conflictos sociales y ambientales, desconfianza en la población, mayor riesgo ambiental y una inestabilidad política que impida acentuar inversiones a largo plazo. El miedo rentista y cortoplacista se impone a una visión de futuro sobre el modelo de desarrollo peruano. Como decía Óscar Ugarteche el lunes, el discurso dogmático enceguece al Perú.
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