Javier
Por Armando Mendoza
Hoy se cumple una semana de la partida de Javier Diez Canseco. Una semana desde que se fue, y ya se le extraña. Se ha ido Javier, y la sensación de pérdida trasciende lo personal, porque al Perú le va a hacer mucha falta de aquí en adelante, porque la política ahora va a ser más mezquina y más pequeña sin su presencia; porque habrá un vacío difícil de llenar en tantas causas justas que encabezó y apoyó. Se ha ido a destiempo, cuando más se le necesitaba, cuando tenía tantas tareas pendientes y tantos desafíos por enfrentar.
Se ha ido, pero al menos dejó su ejemplo (y no es poca cosa), porque Javier fue la prueba de que en la política aún hay lugar para la decencia; que es posible soñar y mantener los pies en la tierra; que se puede apostar por las utopías sin reñir con el sentido crítico; que la firmeza y la disciplina son compatibles con la generosidad; que hay lugar para la solidaridad incluso en estas épocas egocentristas; que las convicciones no son negociables, porque sólo con ellas se vive de veras; que las amenazas y las calumnias (y hubo tantas) se enfrentan con coraje, y que la mejor respuesta ante la adversidad es darle para adelante.
Dicen que los indispensables son aquellos que luchan toda su vida, y Javier era de los indispensables, porque antes que nada era un luchador. Y por ello conoció victorias, y también derrotas; pues ninguna empresa que valga la pena está exenta de errores y fracasos, y ninguna derrota es definitiva mientras haya coraje para seguir en la brega. Y a Javier, coraje siempre le sobró.
Se ha ido; pero mejor pensar que su historia no término aún y que no se fue del todo. Preferible imaginarle en algún lugar; cuestionando a fondo, como hizo toda su vida; buscando incansable las respuestas; construyendo las soluciones, aunque no fueran fáciles; y siempre, siempre, dando la pelea tercamente por aquello en lo que creía. Ese ejemplo de lucha y convicción que fue su vida, es lo mejor de su legado. Con algo de constancia y esfuerzo, ese legado algún día dará frutos.
Hasta entonces, pues, querido Javier.
Hoy se cumple una semana de la partida de Javier Diez Canseco. Una semana desde que se fue, y ya se le extraña. Se ha ido Javier, y la sensación de pérdida trasciende lo personal, porque al Perú le va a hacer mucha falta de aquí en adelante, porque la política ahora va a ser más mezquina y más pequeña sin su presencia; porque habrá un vacío difícil de llenar en tantas causas justas que encabezó y apoyó. Se ha ido a destiempo, cuando más se le necesitaba, cuando tenía tantas tareas pendientes y tantos desafíos por enfrentar.
Se ha ido, pero al menos dejó su ejemplo (y no es poca cosa), porque Javier fue la prueba de que en la política aún hay lugar para la decencia; que es posible soñar y mantener los pies en la tierra; que se puede apostar por las utopías sin reñir con el sentido crítico; que la firmeza y la disciplina son compatibles con la generosidad; que hay lugar para la solidaridad incluso en estas épocas egocentristas; que las convicciones no son negociables, porque sólo con ellas se vive de veras; que las amenazas y las calumnias (y hubo tantas) se enfrentan con coraje, y que la mejor respuesta ante la adversidad es darle para adelante.
Dicen que los indispensables son aquellos que luchan toda su vida, y Javier era de los indispensables, porque antes que nada era un luchador. Y por ello conoció victorias, y también derrotas; pues ninguna empresa que valga la pena está exenta de errores y fracasos, y ninguna derrota es definitiva mientras haya coraje para seguir en la brega. Y a Javier, coraje siempre le sobró.
Se ha ido; pero mejor pensar que su historia no término aún y que no se fue del todo. Preferible imaginarle en algún lugar; cuestionando a fondo, como hizo toda su vida; buscando incansable las respuestas; construyendo las soluciones, aunque no fueran fáciles; y siempre, siempre, dando la pelea tercamente por aquello en lo que creía. Ese ejemplo de lucha y convicción que fue su vida, es lo mejor de su legado. Con algo de constancia y esfuerzo, ese legado algún día dará frutos.
Hasta entonces, pues, querido Javier.
Comentarios