“Piloto automático” y ciencia económica
Por Julio Gamero
Es un lugar común, en nuestro país, seguir sosteniendo que el modelo económico actual -tributario del paradigma neoliberal- no necesita cambios sino profundizarlo para seguir creciendo. Y, a partir de dicha premisa, se descalifica a quienes proponen incorporar en la política económica consideraciones de equidad, políticas sectoriales o un rol más activo de parte del Estado.
La ciencia económica así aparece convertida en una cuestión de fe, en un dogma lo cual, ciertamente, colisiona con el carácter de ciencia social fáctica que la epistemología le ha asignado y que tiene en el continuo contraste entre la teoría con el mundo real su test de validación.
En este contexto es saludable la reciente publicación de un libro del economista Antonio Romero Reyes titulado “Miserias de la economía, el fetichismo de la ciencia económica”. El nombre nos sugiere, como es así, que la orientación del libro es de debate y cuestionador del paradigma económico dominante.
Dicha publicación polemiza con la economía neoclásica, con el ejercicio práctico –el neoliberalismo- de sus políticas económicas y con las secuelas que venimos padeciendo tras haberse llevado al extremo el enfoque de la autorregulación de los mercados. Ha sido hace muy poco, el 2008, cuando precisamente la exacerbación de dicho principio sumergió a la economía global en la mayor crisis luego de la Gran Depresión.
Sin embargo, hoy los países europeos vienen sufriendo profundos ajustes económicos inspirados en los postulados de ese enfoque. ¿En dónde reside la fuerza de la economía neoclásica, que habiendo sido protagonista del estallido de la crisis hoy se presenta como la solución a ella?
Casualmente, en el título del libro mencionado se alude al carácter de fetiche que se le ha asignado al paradigma económico aún dominante. Ese proceso, de fetichización, ha sido resultado de una múltiple acción concertada por la cual el Consenso de Washington se convertiría en el nuevo catecismo. La Real Academia define al fetiche como al “Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos”. En varios aspectos se ve así a la economía de mercado, a la acción de esa “mano invisible”.
En ese sentido, el libro nos sugiere la necesidad de confrontar académicamente, recurriendo al test de la prueba fáctica si los postulados de la economía neoclásica transmutados en política económica depararán o no bienestar a los ciudadanos y sostenibilidad al ciclo expansivo en curso. En rigor, esa es la prueba ácida de la ciencia económica: si mejora o no la calidad de vida de las personas.
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