Sobre el nacionalismo de Belaúnde Terry: Homenaje en el centenario de su nacimiento
Por Felix Jimenez
El pasado 7 de octubre se cumplieron cien años del nacimiento del
arquitecto Fernando Belaúnde Terry. Varias instituciones y personalidades de la
política le están rindiendo homenaje, pero pocos destacan la impronta nacionalista de su pensamiento y del
partido político que él fundó. Belaúnde quería ser el artífice de la
construcción de la Nación peruana. Me atrevo a decir que no hay en el siglo XX otro
estadista que haya formulado un plan con ese fin. Basándonos en los trabajos de
la historiadora Carmen Mc Evoy podría decirse que en el siglo XIX, Manuel Pardo
--presidente entre 1872 y 1876—fue el otro estadista visionario que basó su
proyecto de construcción de la Nación en la infraestructura ferrocarrilera como
medio de superación de la fractura económica y social entre una costa moderna y
una realidad andina y serrana atrasada.
El proyecto nacionalista de Fernando Belaúnde
Belaúnde fue un profundo conocedor de nuestro territorio y de sus
problemas. «Pocas naciones en el mundo
--dijo-- tienen el raro privilegio de
contener en su propio suelo la fuente de inspiración de una doctrina».
Indignado por el atraso y miseria de los pueblos indígenas que sobrevivieron a
la conquista española, dijo que en lugar de influencias foráneas, él y su
partido Acción Popular optaron por la
influencia y los vientos que «soplan de la Plaza de Wacaypata, receptáculo de
experiencias y tradiciones milenarias, corazón de un sistema arterial cuyos
latidos se sienten en las regiones más remotas del Perú». Belaúnde --al igual que Manuel Pardo-- fue un limeño
que nunca tuvo por el mundo rural y nativo «el más alto desprecio». La
constatación de un país dividido social y económicamente, con una economía
urbana y costeña desconectada de su geografía y demografía, con poblaciones
serranas atrasadas y desconectados de la modernidad en pleno siglo XX, fue para
Belaúnde la manifestación del carácter inacabado de la nación peruana, de que
no había una comunidad política territorializada e integrada, social y
políticamente.
Para culminar la construcción de la Nación, el arquitecto Belaúnde
propuso una estrategia de transformación basada en: la colonización vial, la revolución
del crédito, la planificación y
la cooperación popular.
Para superar la pobreza, desnutrición y sobrepoblación de las
comunidades indígenas, había que encontrar –decía Belaúnde -- «el camino hacia la expansión de las áreas agrícolas».
Y ello sería posible sólo con la Irrigación
y colonización vial. «Mediante los caminos –decía— se logró la unidad
andina que no ha podido ser mantenida en la República». La colonización vial y
el desarrollo agrícola, eran concebidos así como procesos que se
auto-refuerzan, y que constituyen el
vehículo para la integración social y política. Por lo demás, la colonización
vial no sólo favorecía la incorporación al mercado interno de nuevas tierras a
la agricultura, sino también apuntaba hacia la interconexión sudamericana.
Como su objetivo era el desarrollo nacional integrado, propuso además
emprender una revolución del crédito.
El desarrollo agrícola e industrial, que eran las banderas de su tiempo --no
olvidemos que en 1959 se dio inicio formal al proceso de industrialización— no
podía financiarse con un sistema bancario centralizado y oligopolizado. Estaba
convencido que las inversiones nacionales se expandirían, diversificando el
aparato productivo a lo largo y ancho del país,
con un sistema financiero basado en la competencia bancaria, el crédito y
el mercado de papeles hipotecarios, y el impulso a los bancos estatales. Pocos,
sin duda, recuerdan que Belaúnde fue el creador del Banco de la Nación.
Esas dos medidas apuntaban claramente a desarrollar mercados internos,
y a este objetivo se orientaba también la reforma agraria que su gobierno
alentaba. Pero desarrollar mercados e industrializar el país no se podía hacer
sin planificación. Se proponía
aprovechar la tradición planificadora del antiguo Perú «a la luz de los
adelantos que nos ofrece nuestro tiempo». Desarrollar una nación en un
territorio de topografía difícil y abrupta, reordenando su ocupación, era para
un arquitecto como él una tarea de diseño y planeamiento. Decía con orgullo que
«los Andes implacables fueron cuna, como el Nilo fecundo, de un civilización
inmortal».
Pero, el proceso de construcción de la Nación tenía que ser obra del
mismo pueblo. Por eso imaginó la llamada cooperación
popular. Como un adelantado de su época y como vislumbrando la pronta
crisis de la democracia representativa, apeló a la participación directa del
pueblo. La cooperación popular pudo
haberse convertido, por lo tanto, en un vehículo de control y de supervisión
sobre los distintos órganos de gobierno, en particular, los representativos.
A modo de conclusión
Es posible que tenga una lectura sesgada del pensamiento primigenio de Belaúnde. Pero no me cabe duda que, para su época, fue un pensamiento transformador. Desafortunadamente sus seguidores no lo desarrollaron ni adaptaron a los cambios en la realidad y en los conocimientos de los años posteriores. Su pensamiento se truncó y se envileció durante su primer gobierno, y no le sirvió para su segundo gobierno. Los responsables de este envilecimiento fueron los autores del pacto infame del APRA con la derecha. Se aliaron con el partido de Odría para enfrentar al Presidente Belaúnde durante todo su gobierno. Boicotearon su propuesta de colonización vial y, aliados con el capital financiero de la época, imposibilitaron la revolución del crédito.
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