Cuatro confusiones sobre la integración sudamericana

 Por Eduardo Gudynas


El buen desempeño económico de América del Sur hace que, por momentos, nos distraigamos de otros problemas. Entre ellos se encuentra la integración con los países vecinos, la que no solo no avanza, sino que parece retroceder.
 Esa distracción parecería deberse a una cierta autocomplacencia, basada en lo bien que están casi todas las economías, y en los males que golpean a las naciones industrializadas. Dos ejemplos impactantes ilustran la actual situación.

Si bien son sabidos los serios problemas en el seno de La Comunidad Andina, la novedad parecería ser que se ha aceptado su estancamiento como un hecho natural. Nadie cargará con el costo político de declarar su muerte, pero tampoco hay esfuerzos reales para revitalizarla.

En el seno del MERCOSUR (Mercado Común del Sur) también parece haberse aceptado que el bloque no sea un “mercado común”, que en muchos rubros no esté asegurado el libre comercio entre sus miembros, y más recientemente, que los socios más grandes (particularmente Argentina), violen repetidamente la letra de los tratados constitutivos.

A pesar de estas limitaciones, el discurso de la integración sigue vivo, y se suman las iniciativas en ese terreno. Ello se debe, al menos en parte, por abusar de un conjunto de confusiones en estos temas. Es oportuno señalar cuatro de ellas.

Se confunde interconexión con integración. La construcción de puentes internacionales, ductos o líneas eléctricas que cruzan las fronteras no son necesariamente sinónimos de integración. Apenas son conexiones físicas de transporte.

Se confunden las asimetrías con el nacionalismo. Especialmente los países grandes (Brasil y Argentina), apelan a la defensa de “lo nacional”, para justificar medidas económicas y comerciales que refuerzan las asimetrías con sus vecinos más pequeños.

Se confunden foros con uniones. La UNASUR es esencialmente un foro político, lo que no es malo en sí mismo, pero como carece de mecanismos de coordinación económica o productiva supranacionales, está muy lejos de ser una unión.

Se confunde la retórica latinoamericanista con los compromisos supranacionales. Las invocaciones gubernamentales a la hermandad continental también son buenas en sus intenciones, pero no son suficientes. Una verdadera integración debe abordar la complementación de las economías entre sí, por medio de una articulación productiva y económica que también permita reducir las asimetrías entre grandes y pequeños. Habría que aprovechar la actual bonanza económica para concretar medidas reales en ese sentido, en lugar de seguir estando distraídos.

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