¿Y qué de la globalización de equidad?
Por Armando Mendoza.
En un artículo previo, comenté sobre las declaraciones de Bill Gates; el archimillonario fundador del imperio Microsoft; quien nos calificaba como un país que ya no requería ayuda externa dado que el valor de nuestro producto bruto por habitante había alcanzado los niveles de países de ingresos medios. Señalé, entonces, que las declaraciones de Bill Gates no hacían más que reflejar la paradoja de un país donde el crecimiento económico no se ha trasladado plenamente en una mejora de los niveles de equidad e inclusión.
Dicho desencuentro, entre lo económico y lo social, se refleja también en una multitud de indicadores que dejan en claro que hay, hermanos, mucho, muchísimo por hacer. Así, acorde al Banco mundial, al año 2010, la participación del 20% de los peruanos más pobres en el ingreso nacional apenas llegaba al 3.9% reflejando el insuficiente avance hacia una distribución más equitativa de la riqueza. Más aun, revisando la base de datos del Banco mundial se encuentran cifras que escandalizan y avergüenzan: por ejemplo, el 54% de la población rural es pobre, cuando en Uruguay, por ejemplo, apenas el 6.2% lo son; o, el gasto público en Educación apenas equivalía a un magro 2.5% del PBI, cuando en Argentina llega al 5.4% y en Costa Rica el 6.3%.
Ante estas cifras brutalmente crudas, uno no puede menos que preguntarse; ¿es esta situación inevitable?, ¿es acaso, como algunos claman, la profundización de las desigualdades algo indesligable del crecimiento económico?; ¿el único sendero hacia la prosperidad globalizada y globalizadora pasa necesariamente por ricos más ricos y pobres más pobres?; ¿o más bien, ya es hora de superar el discurso hegemónico y empezar a desarrollar propuestas realistas y sostenibles de desarrollo con inclusión, que superen los viejos y gastados clichés reivindicacionistas?
La realidad indica que no hay una receta única para el crecimiento. Que no existe una fórmula infalible que garantice el bienestar económico y social. Más bien, la naturaleza de cada país resulta ser única y, por ende, su ruta hacia el desarrollo también resulta única, porque si bien hay elementos comunes que resultan la base para dicho proceso (la lucha contra la corrupción, por ejemplo) son múltiples y complejos los elementos que lo matizan, condicionan y, finalmente, lo transforman. Así, en estos tiempos de discursos globalizantes y del pensamiento único sobre el sendero al crecimiento, defendamos elementos como la equidad, que no pueden seguir al margen, sino que tienen que constituir el necesario eje sobre el cual nuestro país se convierta en verdadero hogar para todos los que nos llamamos peruanos.
En un artículo previo, comenté sobre las declaraciones de Bill Gates; el archimillonario fundador del imperio Microsoft; quien nos calificaba como un país que ya no requería ayuda externa dado que el valor de nuestro producto bruto por habitante había alcanzado los niveles de países de ingresos medios. Señalé, entonces, que las declaraciones de Bill Gates no hacían más que reflejar la paradoja de un país donde el crecimiento económico no se ha trasladado plenamente en una mejora de los niveles de equidad e inclusión.
Dicho desencuentro, entre lo económico y lo social, se refleja también en una multitud de indicadores que dejan en claro que hay, hermanos, mucho, muchísimo por hacer. Así, acorde al Banco mundial, al año 2010, la participación del 20% de los peruanos más pobres en el ingreso nacional apenas llegaba al 3.9% reflejando el insuficiente avance hacia una distribución más equitativa de la riqueza. Más aun, revisando la base de datos del Banco mundial se encuentran cifras que escandalizan y avergüenzan: por ejemplo, el 54% de la población rural es pobre, cuando en Uruguay, por ejemplo, apenas el 6.2% lo son; o, el gasto público en Educación apenas equivalía a un magro 2.5% del PBI, cuando en Argentina llega al 5.4% y en Costa Rica el 6.3%.
Ante estas cifras brutalmente crudas, uno no puede menos que preguntarse; ¿es esta situación inevitable?, ¿es acaso, como algunos claman, la profundización de las desigualdades algo indesligable del crecimiento económico?; ¿el único sendero hacia la prosperidad globalizada y globalizadora pasa necesariamente por ricos más ricos y pobres más pobres?; ¿o más bien, ya es hora de superar el discurso hegemónico y empezar a desarrollar propuestas realistas y sostenibles de desarrollo con inclusión, que superen los viejos y gastados clichés reivindicacionistas?
La realidad indica que no hay una receta única para el crecimiento. Que no existe una fórmula infalible que garantice el bienestar económico y social. Más bien, la naturaleza de cada país resulta ser única y, por ende, su ruta hacia el desarrollo también resulta única, porque si bien hay elementos comunes que resultan la base para dicho proceso (la lucha contra la corrupción, por ejemplo) son múltiples y complejos los elementos que lo matizan, condicionan y, finalmente, lo transforman. Así, en estos tiempos de discursos globalizantes y del pensamiento único sobre el sendero al crecimiento, defendamos elementos como la equidad, que no pueden seguir al margen, sino que tienen que constituir el necesario eje sobre el cual nuestro país se convierta en verdadero hogar para todos los que nos llamamos peruanos.
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