Los Neoliberales Criollos y la Democracia

  Por Félix  Jiménez
 
 
 
El razonamiento dicotómico de algunos escribidores de la derecha neoliberal los conduce a afirmar que todos los que abogan por su regulación, o por la intervención económica del Estado para corregir sus fallas, son estatistas, son partidarios de la eliminación del mercado. Aunque defendemos la libertad de expresarse de este modo, no podemos dejar de señalar que los que así razonan no han asimilado los cambios ocurridos en los últimos treinta años en la esfera de la política y de la economía. Estos neoliberales, criollos, se sienten los únicos abanderados y propietarios, no solo del mercado sino también de la Democracia y de la Defensa de los Derechos Humanos.
 
Las crisis de las democracias constitucionales
Los neoliberales creen que el «desmantelamiento de la URSS y la caída de su dominio sobre Europa del Este», es el «fenómeno internacional» más importante de los últimos treinta años. Hay que señalar que este hecho fue el resultado de la crisis de legitimidad de aquellos regímenes que negaron en la realidad su pretensión de ser «gobiernos de la clase obrera».  Pero, sin duda alguna, no fue ni es el único acontecimiento internacional de las últimas décadas.
El período neoliberal que sigue al Golden Age del Capitalismo, también registra otro fenómeno de similar envergadura. La práctica de la impostura terminó de arruinar al «bloque del este», cuya expresión simbólica fue la caída del muro de Berlín, pero las «piedras que en su caída desprendía este muro golpearon a los dos lados de la cortina de hierro y no sólo a uno». Como dice Eloy García, el capitalismo y el llamado socialismo constituían las dos caras de una misma moneda, «de un discurso histórico perfectamente trabado en torno a un hilo conductor común». Por eso la crisis del Estado socialista revelaba también la crisis «de su rival el Estado Constitucional Democrático». Aquí también se trata de una crisis de legitimidad, pues la contradicción entre los principios y los hechos de la realidad, evidenciaron y siguen evidenciando una creciente degradación de estas democracias.
Hay pérdida de referentes y de significación en los discursos políticos; hay un «rotundo fracaso» de la representación política; los partidos y los sindicatos han perdido su carácter de «instrumentos de sociabilidad política»; los grupos de poder económico y político ---«que operan siguiendo una lógica ajena a la idea democrática»---, han confiscado y corrompido al aparato institucional del Estado; las libertades individuales han dejado de ser «postulados morales destinados a garantizar la autodeterminación humana para convertirse en medios instrumentales del tráfico mercantil»; en fin, hay una continua desconexión entre la teoría y la praxis que revela la honda crisis que hoy experimentan las democracias constitucionales. (Véase Eloy García, John Rawls versus John Pocock: Justicia frente a «Buen Gobierno», Madrid, 2002).
El neoliberalismo y la democracia
El neoliberalismo que se impone en casi todos los países del mundo desde fines de la década de los setenta del siglo pasado, extendió la idea de que la esencia del Estado de Derecho se encuentra en la neutralidad económica del Estado. La igualdad formal ante la ley es incompatible –decía Hayek— con toda actividad del Estado en la economía.
 
Pero, como dice Todorov, hoy la principal amenaza que pesa sobre la democracia y las libertades proviene del fortalecimiento de determinados individuos por la puesta en práctica, desde el Estado, de las políticas neoliberales. Se flexibilizaron los mercados laborales porque su regulación supuestamente entorpecía la libertad de acción de los empresarios. Con ello pusieron en desventaja a los trabajadores, acrecentaron la desigualdad y erosionaron las condiciones materiales para el ejercicio de su libertad. Asimismo, las libertades económicas han traspasado las fronteras nacionales, quitándole soberanía a los Estados, con lo cual ya no importan los países, ni las personas ni el medio ambiente, sino los capitales transnacionales. Con el neoliberalismo, el Estado ha  cedido su papel de garante social al mercado libre.
 
Esta tiranía de los individuos y del mercado desregulado ha puesto en evidencia que la separación de poderes del Estado en tres (Legislativo, Ejecutivo y Judicial), para que se limiten mutuamente, ya no es suficiente garantía de Democracia. Todorov nos recuerda que hay dos poderes adicionales, el económico y el mediático, que  también deben ser sujetos a un sistema de pesos y contrapesos, que deben ser necesariamente desconcentrados para evitar el daño que le hacen a la democracia y a las libertades individuales, para evitar que las conviertan y sigan convirtiendo, como diría Eloy García, en «medios instrumentales del tráfico mercantil».
 
A modo de conclusión
 
Afortunadamente, hay un renacimiento del pensamiento republicano que nos da pistas para revalorizar lo político «como lazo de conexión social», para imaginar el sentido de una «democracia republicana» y para superar la dicotomía Estado-Mercado. (Véase Pocock, Skinner, Dun, Pettit, Cassassas, Domenech, y otros). Los Estados no pueden estar sometidos al «control político» del mercado, no pueden ser tributarios de las agencias de calificación ni de los grupos de poder que no rinden cuentas a nadie. Por su parte, el mercado, en tanto institución social que genera asimetrías de poder e injusticias sociales, no puede estar al margen de la regulación del Estado. No es verdad que «fuera del mercado desregulado no hay salvación posible».

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