“Gringasho”, desigualdad y violencia social
Por Pedro Francke
Hace poco más de 10 años, poco después del 11 de setiembre y la caída de las torres, tuve la ocasión de reunirme con la ministra de cooperación británica. Nunca olvidaré el momento en el que, discutiendo la difícil coyuntura internacional del momento y los ánimos guerreristas que entonces prevalecían, la ministra británica recalcó a un diplomático ilustre que no se debía olvidar que “la paz es hija de la justicia”.
La frase resume una ideología de raigambre socialista que resalta el rol que tiene la justicia social en promover el orden social. Pero ya no es solo ideología. A través de los años se han ido acumulando estudios científicos que encuentran relación entre desigualdad y violencia social. Ya en 1993, una investigación de Hsieh y Pugh revisó 35 estudios, encontrando que en 34 de ellos la estadística mostraba que a mayor desigualdad, mayor tasa de homicidios y de asaltos. Estudios más recientes, como los mostrados por Wilkinson y Pickett, muestran lo mismo juntando datos de decenas de países.
La relación entre violencia y desigualdad empieza desde la niñez. UNICEF hizo un reporte el 2007 sobre bienestar infantil que incluye la frecuencia con que los niños se pelean o sufren de bullying, y los indicadores muestran que en países más desiguales la violencia infantil es mayor.
El clásico estudio sobre “Capital Social” de Robert Putnam, que acuñó ese concepto, muestra que donde hay menos capital social y más desigualdad, más gente piensa que ganaría si se agarra a puñetazos con otros.
¿Por qué la desigualdad y la injusticia social generan violencia? Porque gente que siente que no tiene forma de superar la pobreza, ante la falta de esperanza, recurre a opciones extremas. Porque muchos hombres sienten que pierden respeto cuando son los últimos de la cola social y no alcanzan a tener un estándar de vida socialmente aceptable, y se sienten compelidos a “recuperar” poder individual de cualquier manera. La agresión física, el homicidio y el asalto, no son solo una forma de obtener dinero, es sobre todo una forma de obtener poder individual quitándoselo a otros. Por eso lo primero que hace un asaltante es asustar a la persona, para tener control sobre la situación, aunque sean segundos o minutos.
La desigualdad en el Perú, con un coeficiente de Gini que se mantiene en 0,60, es una de las más elevadas del mundo. Un crecimiento que concentra la riqueza en un pequeño grupo que hace fortunas mientras la mayoría de peruanos no cubre necesidades básicas como la salud o la vivienda, crea terreno fértil para que la violencia social, los asaltos y homicidios, se multliquen.
Quienes adoran una inversión privada desregulada y olvidan el rol social del estado, solo piensan en Policías y cárceles para enfrentar la inseguridad ciudadana. Ojalá puedan recordar a los colegiales muertos en Estados Unidos a manos de otros jóvenes, que se acumulan año tras año. Más armas y más presos no solucionan la violencia social. Es necesaria un enfoque y una política social para que no se multpliquen los “Gringashos”.
Hace poco más de 10 años, poco después del 11 de setiembre y la caída de las torres, tuve la ocasión de reunirme con la ministra de cooperación británica. Nunca olvidaré el momento en el que, discutiendo la difícil coyuntura internacional del momento y los ánimos guerreristas que entonces prevalecían, la ministra británica recalcó a un diplomático ilustre que no se debía olvidar que “la paz es hija de la justicia”.
La frase resume una ideología de raigambre socialista que resalta el rol que tiene la justicia social en promover el orden social. Pero ya no es solo ideología. A través de los años se han ido acumulando estudios científicos que encuentran relación entre desigualdad y violencia social. Ya en 1993, una investigación de Hsieh y Pugh revisó 35 estudios, encontrando que en 34 de ellos la estadística mostraba que a mayor desigualdad, mayor tasa de homicidios y de asaltos. Estudios más recientes, como los mostrados por Wilkinson y Pickett, muestran lo mismo juntando datos de decenas de países.
La relación entre violencia y desigualdad empieza desde la niñez. UNICEF hizo un reporte el 2007 sobre bienestar infantil que incluye la frecuencia con que los niños se pelean o sufren de bullying, y los indicadores muestran que en países más desiguales la violencia infantil es mayor.
El clásico estudio sobre “Capital Social” de Robert Putnam, que acuñó ese concepto, muestra que donde hay menos capital social y más desigualdad, más gente piensa que ganaría si se agarra a puñetazos con otros.
¿Por qué la desigualdad y la injusticia social generan violencia? Porque gente que siente que no tiene forma de superar la pobreza, ante la falta de esperanza, recurre a opciones extremas. Porque muchos hombres sienten que pierden respeto cuando son los últimos de la cola social y no alcanzan a tener un estándar de vida socialmente aceptable, y se sienten compelidos a “recuperar” poder individual de cualquier manera. La agresión física, el homicidio y el asalto, no son solo una forma de obtener dinero, es sobre todo una forma de obtener poder individual quitándoselo a otros. Por eso lo primero que hace un asaltante es asustar a la persona, para tener control sobre la situación, aunque sean segundos o minutos.
La desigualdad en el Perú, con un coeficiente de Gini que se mantiene en 0,60, es una de las más elevadas del mundo. Un crecimiento que concentra la riqueza en un pequeño grupo que hace fortunas mientras la mayoría de peruanos no cubre necesidades básicas como la salud o la vivienda, crea terreno fértil para que la violencia social, los asaltos y homicidios, se multliquen.
Quienes adoran una inversión privada desregulada y olvidan el rol social del estado, solo piensan en Policías y cárceles para enfrentar la inseguridad ciudadana. Ojalá puedan recordar a los colegiales muertos en Estados Unidos a manos de otros jóvenes, que se acumulan año tras año. Más armas y más presos no solucionan la violencia social. Es necesaria un enfoque y una política social para que no se multpliquen los “Gringashos”.
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