EL COLOR DE LA DESIGUALDAD

Por Sinesio Lopez J.


Si se eliminara el elemento étnico “el coeficiente Gini del Perú de casi 0,60 caería a alrededor de 0,40. Esta es la cifra que muestran los países latinoamericanos que cuentan con una participación insignificante de la población indígena, como Argentina y Costa Rica”. Esta es la conclusión principal a la que llegan Adolfo Figueroa, Rosemary Thorp y Maritza Paredes en La etnicidad y la persistencia de la desigualdad. El caso peruano (2011: IEP), el mejor libro sobre el tema de estos últimos años.

Para calcular las desigualdades étnicas los autores toman una investigación de Figueroa (2008), el más destacado investigador sobre el tema, que calculó la desigualdad de los ingresos laborales a partir de la ENAHO 2003, llegando a los siguientes resultados: “ la población “blanca” solo tiene 9 por ciento en los cuatro deciles más bajos del ranking nacional, y 39 por ciento en el decil más alto, mientras que para los “indígenas” (y cholos) los porcentajes quedan más que invertidos: 49 por ciento en el grupo inferior y apenas 6 por ciento en el decil superior” (p. 71).


“Solamente el 43 por ciento de los indígenas alcanzó la secundaria o más, sin importar dónde vivieran. En el otro extremo, esta participación es del 93 por ciento para el grupo nacido en Lima-centro” (p. 73).

“Los hombres indígenas que alcanzan el nivel secundario representan el 53 por ciento del nivel de los ‘blancos’ para la población de 25 o más años… Una cuarta parte de las mujeres “indígenas” es analfabeta y apenas una tercera parte alcanza el nivel secundario” (p. 98).

“La tasa de deserción en las regiones indígenas es el triple de la de las zonas más acomodadas de Lima, y la tasa de desaprobación es de más del doble… la Evaluación Nacional 2004 encuentra una asociación negativa entre la lengua materna indígena y el desempeño, que es estadísticamente significativo si mantenemos constantes el nivel socioeconómico, y consideramos cuán rural es la escuela y las restantes variables del estudio” (pp. 98-99).

Los autores encuentran también que los trabajadores indígenas reciben salarios más bajos que los no indígenas, pese a que ambos tienen el mismo nivel educativo (pp. 101-102).

“Los grupos indígenas tienen por ello menores oportunidades que sus contrapartes blancas y mestizas de mejorar la capacidad de aprendizaje de sus hijos mediante la nutrición, la salud, la estimulación intelectual temprana y el lenguaje” (pp.105-106).

Otro factor que influye en la capacidad de un niño para beneficiarse con la educación es la lengua, en especial si la lengua materna no es la dominante (pp. 105- 107).

Los autores encuentran una incidencia muy significativa del criterio étnico en el acceso a los indicadores de desarrollo humano: a los años de estudio, a la vivienda, a los servicios de agua, desagüe y luz, al empleo. Sostienen que la medición por “años de estudio” subestima significativamente la auténtica desigualdad del capital humano, puesto que lo que aprende una persona con sus años en la escuela varía de acuerdo a los indicadores étnicos (p.73).

“Dados niveles iguales de capital humano, la gente indígena conseguiría una tasa salarial inferior en comparación con los mestizos” (pp. 110-111).

“Solamente el 40 por ciento de los hogares “indígenas” (y cholos) está conectado a un sistema de alcantarillado, en tanto que sí lo está el 93 por ciento de los “blancos”; por otra parte, el 95 por ciento de estos últimos tiene agua potable, en comparación con 57 por ciento del grupo “indígena” ( y cholo) (p. 76).

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