Huella de Carbono… ¿Y la del agua?

 Por Kurt Burneo


Ayer se celebro el día mundial del medio ambiente y a propósito de ello,  un tema actual que genera muchos comentarios, preocupaciones e incluso en el caso de algunos países, políticas publicas explicitas, es el cambio climático.  Por ello que comúnmente, cuando se trata de ver en cuanto aumenta a partir de las actividades  humanas, la generación de gases con efecto invernadero se calcula la llamada huella de carbono.  Pero, por otro lado, ¿Nos hemos puesto a pensar que la disponibilidad de agua para consumo humano tiende a ser un factor crítico y por tanto es tan o más útil tener una idea sobre la magnitud del uso de esta?  Entonces resulta que  también sería importante calcular otra huella, la huella del agua. Miremos con más detalle este asunto.
En estricto, la huella de carbono es un certificado que mide las emisiones de dióxido de carbono (CO2) consecuencia de la cadena de producción de bienes, desde la obtención de materias primas hasta el tratamiento de desperdicios, incluido procesamiento y transporte. Por tanto, la huella de CO2 es la medida del impacto que provocan las actividades del ser humano en el medio ambiente y se determina según la cantidad de gases de efecto invernadero producidos, medidos en unidades de dióxido de carbono. La idea de prender este reflector, es que las firmas reduzcan la contaminación mediante un cálculo estandarizado de las emisiones que tienen lugar durante los procesos productivos, en tanto este certificado etiquetado en sus productos, daría información para que  los consumidores  puedan escoger por productos más sanos y menos contaminantes.  
El caso es que con o sin esta medición, el cambio climático es un proceso que viene dándose y uno de sus efectos más importantes es la reducción de la disponibilidad de agua potable,   Según el Earth Institute de la Universidad de Columbia hoy 1,400 millones de personas residen en zonas donde la velocidad de consumo de agua es mayor al de reposición natural de esta. Ojo si está pensando en el agua de los océanos, en un 97.25% esta es salada siendo bien caritos los procesos de desalinización, anotando además que un 2.25% adicional está en la forma de hielos quedando solo un 0.5% utilizable por los humanos.   Por otro lado, la napa freática, solo absorbe parte del agua que se usa y la desviación de ríos y lagos tampoco es solución definitiva por la reducción de sus caudales y contaminación de estos.  Complicando mas el tema, la historia nos ha mostrado  que la falta de agua fue fuente de conflictos entre  países periféricos como los africanos, hasta hoy potencialmente en  países con armamento nuclear como  India y Pakistán; incluso algunos dependen de otros en cuanto a su potencial disponibilidad como es el caso de Bangladesh que depende de la India  por ejemplo, siendo la cosa más complicada para los países más pobres, por su ubicación geográfica en zonas de mayor temperatura y con mayor volatilidad en sus precipitaciones; de esta forma el cambio climático, genera que las necesidades de adaptación sean más urgentes, frente a lo cual, la fría restricción presupuestal no deja mucho margen para atender estas.
Frente a este contexto no tenemos mucha idea de lo valioso del agua y mucho menos del consumo implicado en la producción de  los componentes de nuestra canasta de consumo. En una interesante pagina www.waterfootprint.org  encontramos que para producir una taza de café se requieren 140 litros de agua, 15,000 para el caso de un kg de carne de res, 1,600 litros para el caso de 1kg de pan etc. Incluso usando la calculadora contenida en dicha pagina, es posible calcular de acuerdo a algunos parámetros como el país de residencia, sexo, costumbres alimentarias e ingreso disponible per cápita, la propia huella de agua, es decir cuánto de agua promedialmente consumimos anualmente para mantener nuestro nivel de vida actual; en mi caso resultan 2 millones de litros;  contraste marcado con el hecho que hoy 1 de cada 7 personas en el mundo no tienen acceso permanente a agua potable.   En suma, la adecuada valoración del agua, la medición de su consumo per cápita y la necesidad de ser conscientes de una menor disponibilidad relativa del recurso, no es ciencia ficción ni extremismo ecológico; creo que  hoy es pragmatismo puro, que sin duda se asociaría  a cualquier apuesta no por el simple crecimiento sino de desarrollo económico.

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