La riqueza que perdemos


 Por Armando Mendoza
 
 
 
 
La globalización no es solo un proceso económico y político, sino también social; pues, entre otros factores, se refleja en la creciente movilidad de las personas y los masivos flujos migratorios entre países. En ese sentido, el Perú es un país catalogado como un país expulsor de población, pues, acorde a la Dirección de Migraciones, entre el 2000 y el 2009 emigraron millón y medio de peruanos. Lo que ello representa al país en pérdida de capital humano es considerable, pues muchos de los que se van son aquellos con las mayores y mejores calificaciones y capacidades. Así, en los últimos 15 años hemos perdido 24 mil ingenieros, 15 mil administradores, 9 mil médicos, entre otros rubros de profesionales, muchos de los cuales se formaron en universidades públicas. ¿Cuánto es lo que hemos perdido en términos de tiempo y dinero invertido en estos profesionales que se marchan? Nadie lo sabe, pero es evidente el absurdo de que el estado peruano invierta en preparar a un profesional, para que luego, ante la falta de oportunidades aquí, este profesional emigre a producir y generar riqueza afuera, con lo que al final terminamos subsidiando la prosperidad de otros países.
¿Qué hacer? La respuesta no es sencilla; pero hay que empezar a pensar en cómo ofrecer a los peruanos más y mejores razones para quedarse o de seguir vinculados al Perú desde afuera. Así, necesitamos iniciativas que busquen; primero incentivar a que el talento y la capacidad se queden aquí; segundo, que para aquellos profesionales formados en universidades públicas se establezca algún mecanismo que asegure que el país recupere al menos parte de lo que invirtió en su Educación; y, finalmente, impulsar políticas que fomenten que el migrante no rompa sus lazos con el Perú, sino que, a la distancia, siga contribuyendo con el país.
Admitamos que aún estamos en pañales en el campo de construir una real comunidad globalizada de peruanos, vinculados por una visión común, donde se compartan interés y objetivos. No es una tarea fácil, pero es indispensable emprenderla, si queremos que El Peruano que se fue y El Peruano que se quedó compartan algo más que el gusto por el cebiche y el orgullo por Machu Picchu.

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