¿El futuro del modelo o el modelo del futuro?


  Por: José I.Távara *

Con la designación del primer gabinete, se confrontan distintas maneras de entender el desarrollo en nuestro país. Se afirma que el gobierno ha optado por mantener el modelo económico: la conducción de la economía ha sido encargada a tecnócratas ortodoxos, para garantizar estabilidad y crecimiento, y las políticas sociales estarán a cargo de profesionales progresistas, lo cual aliviará las tensiones sociales. Desde esta perspectiva, la fortaleza del modelo se impone en el campo de la economía y también en la política, siempre que existan recursos para financiar los programas de inclusión social.
Una interpretación menos optimista afirma que el modelo no es sostenible en el tiempo y que su reemplazo por un modelo superior es indispensable para el desarrollo y el bienestar. El argumento es que el modelo actual es dependiente de los precios de los minerales, cuya evolución es incierta en el actual contexto internacional. Al estancamiento de EEUU y la Unión Europea, se añade hoy un crecimiento más lento de los países emergentes. Analistas como Roubini proyectan incluso una fuerte desaceleración de la economía China a partir del 2013. Al margen de estas proyecciones, el modelo trae consigo “la enfermedad holandesa” –una moneda nacional fuerte que abarata las importaciones, inhibe el desarrollo industrial y la generación sostenible de empleo– y otras “maldiciones” derivadas de la abundancia de recursos naturales: “capitalismo salvaje” y cultura rentista, que debilitan las instituciones y corrompen el sistema político.
La expresión más visible de esta debilidad es un Estado raquítico, con un tamaño fiscal reducido, que no asegura el acceso de todos a servicios básicos de calidad, como salud, educación, seguridad y justicia. Esto se traduce, por un lado, en enormes niveles de desigualdad, que se transmiten de una generación a otra, y por el otro limita la capacidad de competir de las empresas, salvo de aquellas vinculadas a la inversión extranjera y a ventajas comparativas derivadas de la explotación de recursos naturales. Además, el modelo descuida la protección de bienes comunes y compartidos como el aire y el agua, y en algunos casos amenaza con destruir nuestros ecosistemas.
¿Es posible introducir ajustes al modelo para superar estas limitaciones? Los optimistas consideran que solo hace falta elevar la recaudación en 2% o 3% del PBI, fortalecer un poco al Estado y financiar los nuevos programas sociales. Basta que la minería se ajuste un poco los cinturones, aportando más impuestos al fisco, y que los nuevos ministros sean efectivos en “golpearle el codo” al ministro de economía, para que los problemas centrales queden resueltos.
Los nuevos programas sociales mejorarán, sin duda, las condiciones de vida de los más pobres y darán al gobierno el oxígeno requerido para aliviar algunos conflictos. Sin embargo, hay reformas que no pueden postergarse, precisamente para asegurar la efectividad de las políticas sociales, como son la carrera pública, con una gestión transparente orientada a resultados, y las reformas en salud y educación, incluyendo el sistema universitario. Su viabilidad dependerá, a su vez, de una reforma tributaria de mayor alcance, que al parecer no está en la agenda del nuevo gobierno.
También es urgente poner en marcha una nueva política de desarrollo productivo. Al igual que otros países, el Perú tiene y tendrá serias dificultades para competir con las manufacturas del Asia. Expertas como Carlota Pérez sostienen que, bajo estas condiciones y considerando la “hipersegmentación” de los mercados internacionales, la estrategia más adecuada es orientarse, por un lado –”desde arriba”– a la especialización en procesos de transformación de las materias primas, en alianza con corporaciones globales, diversificando la producción y agregando valor para responder a una amplia gama de demandas específicas, aprovechando así la rica dotación de recursos naturales y fuentes de energía; y por el otro  –“desde abajo”– al desarrollo de los mercados y la creación de riqueza y empleo en los diversos espacios locales y regionales. Esta “estrategia dual” es consistente con la preservación y mejora del medio ambiente y se orienta al aumento en la calidad de vida de las personas. Pero al mismo tiempo requiere del desarrollo de nuevas capacidades en el campo de la investigación científica y tecnológica, lo cual pasa por una profunda reforma institucional en los sistemas de innovación.
El cuestionamiento al modelo no supone entonces “un retorno al pasado proteccionista y estatista”. El desarrollo futuro dependerá, inevitablemente, de la trayectoria seguida hasta ahora, en particular durante las dos últimas décadas. El debate gira en torno al modelo que necesitamos construir para que todos tengan bienestar en el nuevo contexto global. Como sabemos, las reformas más importantes y trascendentes deben ponerse en marcha durante los primeros meses de un nuevo gobierno, o simplemente dejarse de lado. Esperemos que el nuevo gobierno esté a la altura de estos desafíos.
 
 Profesor PUCP *
 

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