Gasto Social en el Debate Electoral
Por Pedro Francke
Todos los candidatos, hayan pasado o no a la segunda vuelta, han ofrecido grandes mejoras sociales. Trátese de pensiones para los ancianos o de resucitar Foncodes, háblese de dar salud de calidad o de la “revolución educativa”, todos han dado discursos y puesto carteles ofreciendo avances sociales.
Pero  hay un asunto crítico: aquello con lo que baila el mono, el poderoso  caballero, la lana, el cochino dinero, la plata, los mangos, o para  decirlo con más seriedad, el presupuesto público para el área social.
Porque  hay que ser claros: con apenas 1,5 por ciento del PBI para la salud  pública, por ejemplo, muy poco se puede hacer. Sin un aumento  presupuestal para la salud, seguiremos con hospitales y centros en la  última lona, promoción y prevención débiles y sin lograr que el derecho a  la salud se haga realidad. La salud no tiene precio, pero cuesta. Lo  mismo puede decirse de la educación, los programas sociales, la  nutrición o el cuidado infantil. 
Es  verdad que también hay que lograr eficiencia  en el gasto público. Pero  sin insumos básicos ni renovación de equipos obsoletos, sin el personal  requerido con sueldos decentes, ¿cómo se puede ser eficiente? Una  empresa privada necesita contratar un buen gerente y profesionales y  técnicos capaces, comprar maquinarias modernas y estar bien abastecida  de materiales. El Estado no es diferente. 
Sólo  un par de candidatos han hecho propuestas sobre gasto social. Toledo  ofreció duplicar el sueldo magisterial y el gasto en educación, y fue  criticado. Pero sus críticos no plantearon alternativas. Es verdad que a  Perú Posible le faltaba precisar de dónde saldría ese dinero, pero no  se trataba de una meta imposible y al menos dijo algo concreto.
Respecto  de la protección social, en el Perú, apenas 1 por ciento del PBI se  destina a este rubro, muy por debajo del promedio latinoamericano.  Ollanta Humala ha propuesto expandir el programa Juntos y otorgar una  pensión asistencial a los mayores de 65 años. Ninguna de estas  propuestas es revolucionaria. “Juntos” es un programa que se conoce en  el mundo como “transferencias condicionadas en efectivo”. Hay más de 40  países en el mundo que tienen programas como éste, inaugurado en México  cuando finalizaba el régimen del PRI. Brasil y México gastan entre 1% y  2% del PBI en este tipo de programas. 
Las  pensiones no contributivas o asistenciales también existen en varios  países latinoamericanos, como Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y  Bolivia, que destinan entre 0,5% y 2% del PBI a este rubro.



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