Friedrich List: economía nacional de mercado e industrialización
Por Jurgen Schuldt
A  la luz de los debates actuales en torno a la “Economía Nacional de  Mercado” en el Perú, aprovecho la oportunidad de introducirlos al  pensamiento de uno de los economistas que plantearon algunos de los  aspectos cruciales de ese “modelo” hace exactamente 170 años (1). 
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La experiencia y reflexiones de un economista alemán de la primera mitad del siglo pasado es muy ilustrativa sobre  algunos  de los requerimientos teóricos y de política necesarios para remontar  el "subdesarrollo". Esa era precisamente la preocupación de este autor  en vista al retraso y "dependencia" (término éste que usó List entonces)  de Alemania respecto a Gran Bretaña. Sus marcos teóricos y propuestas  de política, que expondremos a continuación, nos servirán para aprender  del pasado, sin que por ello nos esperancemos en su transposición  mecánica al presente.
La  principal obra de Federico List (1841) se puede trabajar básicamente  como una crítica y una propuesta alternativa a la de los economistas  clásicos entonces dominantes (2); sobre todo en torno al libre comercio  internacional y a la doctrina de las ventajas comparativas. Nadie como  él, a contracorriente, se empeñó en cuestionar -aunque básicamente por  razones políticas- la teoría de las ventajas comparativas y las  políticas de librecambio. 
Como punto de partida, cuestionó la visión "cosmopolita" de esos autores, quienes partían del comportamiento económico egoísta individual y de ahí saltaban a la noción de comercio libre a escala mundial, dejando de lado el estudio de las condiciones del desarrollo nacional: 
"Llegó  a ser evidente para mí que, entre dos países muy adelantados, la libre  competencia no puede sino reportar ventajas a uno y a otro si ambos se  encuentran en el mismo grado de educación industrial (...). En una  palabra, distinguí entre la economía cosmopolita y la economía nacional" (1840: XXI).
De  manera que List no cuestionaba en sí -y en el largo plazo- la teoría  clásica del comercio internacional, sino únicamente para el caso de las  naciones que no habían alcanzado aún el desarrollo interno  necesario para sujetarse a la doctrina de las ventajas absolutas o  comparativas del comercio internacional. Esta debía seguirse, en su  concepto, únicamente a partir del momento en que una nación lograse  alcanzar el desarrollo general y generalizado de la "educación  industrial", lo que -en su época- no se aplicaba sino a Inglaterra (que  se beneficiaba de la doctrina dominante, como lo demostró nuestro autor  con una sutileza ejemplar), mientras los demás países (Alemania,  Francia, EEUU) aún estaban "subdesarrolladas" respecto a aquella. De  donde deduce que 
"La misión de la economía política es llevar a cabo la educación económica de la nación  y prepararla para entrar en la sociedad universal del porvenir” (p.  154), momento a partir del cual le "convienen" las lecciones de los  economistas clásicos y, por tanto, la apertura al libre comercio  internacional.
El otro eje del enfoque listiano radica en la noción de las Fuerzas Productivas, paradigma que contrapone a la doctrina clásica de los Valores de Cambio, distinción que puede iluminarse en sus propios términos: 
"Las causas de la riqueza son cosa muy distinta de la riqueza misma.  Un individuo puede poseer riquezas, es decir, valores de cambio; pero  si no es capaz de producir más valores de los que consume, se  empobrecerá. Un individuo puede ser pobre, pero si está en situación de  producir más allá de su consumo, llegará a ser rico. (...). El poder de crear riqueza es, pues, infinitamente más importante que la riqueza misma;  garantiza no solamente la posesión y acrecentamiento del bien ya  adquirido, sino, además, el reemplazo de lo perdido. Si esto es cierto  tratándose de personas privadas, lo es aún mucho más aplicado a las  naciones, que no pueden vivir en rentas" (p. 123); donde salta a la  vista el parangón con los conceptos de Amartya Sen.
En  su libro principal señala los factores que potencian las "fuerzas  productivas" de una nación (base del futuro desarrollo), tales como la  educación y el capital intelectual, determinadas instituciones y  circunstancias sociales, la capacidad de innovar y de adaptar  tecnologías, la unidad nacional, el desarrollo integrado entre ramas  económicas, entre otros. Más concretamente, el desarrollo de las fuerzas  productivas, según List, estaría garantizado por tres factores  centrales.
En primer lugar, señalaba que es esencial para toda nación, a fin de alcanzar su independencia, desarrollar independientemente su industria manufacturera,  cuestionando la "especialización" productiva que sugerían los  economistas clásicos. Luego de destacar la "desigualdad de género de  vida y de educación de agricultores y manufactureros" (p. 170), que no  percibían los clásicos, propugna la industrialización de los países, ya  que la manufactura estimula el desarrollo de las ciencias, las artes, la  política y los demás sectores económicos, en especial de la agricultura  (que sola hace permanecer "una porción considerable de las fuerzas  productivas y de los recursos naturales, ociosa e desempleada"),  "populariza" las ciencias y las artes, etc.: 
"Las  manufacturas y las fábricas son las madres y las hijas de la libertad  civil, de las luces, de las artes y las ciencias, del comercio interior y  exterior, de la navegación y de los medios de transporte  perfeccionados, de la civilización y de la potencia política. Son el  medio principal de libertar la agricultura, de elevarla al rango de  industria, de arte, de ciencia; de aumentar la renta de la tierra, los  beneficios agrícolas y el salario y dar valor al suelo. La escuela  (J.S.: se refiere a la Clásica) ha atribuido ese poder civilizador al  comercio exterior; pero en este caso ha tomado al intermediario por  causa" (p. 129).
Ligado  a lo anterior, List era plenamente conciente de la diferencia  cualitativa existente entre la producción de tela (un típico producto  industrial) y la de vino (sujeto a la ley de rendimientos decrecientes)  en el ejemplo usado por Ricardo para sustentar su modelo de dos países  (Gran Bretaña y Portugal), en que el comercio libre llevaría a la  especialización según los diferenciales de costo (a pesar de lo costos  absolutos más bajos de Portugal) y, con ello, a la maximización de  bienestar de ambos en conjunto.
En  segundo lugar, reconocida la "superioridad" de la manufactura (respecto  a los demás sectores económicos, como ya lo reconocía Adam Smith) y que  las exportaciones apenas son un instrumento secundario para el  desarrollo de las fuerzas productivas, sin embargo, List no propugnaba  una especialización en esa dirección. Todo lo contrario, su propuesta  iba hacia una "Asociación de las Fuerzas Productivas", con lo que  se convierte en el antecedente más lejano y lúcido de la teoría moderna  del "desarrollo equilibrado", cuando propugnaba la importancia que cada  nación debía darle al desarrollo integral y homogéneo de sus fuerzas  productivas (que, en nuestra terminología actual, sólo es parcialmente  sinónimo de lo que llamamos sectores y ramas económicas: 
"(...) la escuela desconoce en particular la importancia de un desarrollo paralelo  de la agricultura, la industria manufacturera y el comercio, del poder  político y de la riqueza nacional, y, sobre todo, de una industria  manufacturera independiente y desarrollada en todas sus ramas. Comete el  error de asimilar la industria manufacturera a la agricultura, y de  hablar, en general, de trabajo, fuerzas naturales, capital, etcétera,  sin considerar las diferencias que existen entre ellos" (p. 129). 
Al  efecto era plenamente conciente de la importancia que debían tener en  esa dirección los encadenamientos hacia adelante y hacia atrás, en el  consumo y fiscales, en la línea planteada por Albert O. Hirschman  (1958).
En  tercer lugar, a estas alturas el lector seguramente estará considerando  -como lo han hecho apresurada y erróneamente varios autores- que List  fue el antecesor inmediato, tanto de los facismos europeos, como de la  escuela "cepalina" (o de sus intérpretes), en tanto otorgó contundentes  argumentos a favor de una industrialización del tipo "sustitución de  importaciones". Sin embargo, repasando el texto original, se observará  inmediatamente que este autor siempre centró el énfasis en el desarrollo  del mercado doméstico para las mayorías, es decir, la producción  de artículos de primera necesidad, o como él las llamó: "industria de  las masas" (p. 172), "productos fabricados ordinarios" (p. 254),  "objetos de consumo general" (p. 167), "artículos ordinarios de uso  común" (p. 321), más que de mercancías destinadas a los estratos de  ingresos altos y medios. Ello es así porque estimó -correctamente- que  sólo un mercado masivo de bienes básicos permite dinamizar y desarrollar  las fuerzas productivas internas, a la vez que es alentado por la  ampliación de éstas.
A  partir de estos principios, largamente sustentados en el texto  principal de List, presentando muchos casos extraídos de la experiencia  histórica europea, concluye que los países requieren desconectarse selectivamente del comercio exterior,  mientras no hayan desarrollado plenamente sus fuerzas productivas  domésticas (pensaba entonces que Alemania requeriría de un siglo para  alcanzarlo), ya que de lo contario todos los países se convertirían en  colonias inglesas: 
"Francia  se repartiría con España y Portugal la misión de proporcionar al mundo  inglés los mejores vinos, bebiendo ella los peores; (...). Alemania  apenas tendría otra cosa que suministrar a este mundo inglés que  juguetes para niños, relojes de madera, escritos filológicos y, a veces,  un cuerpo auxiliar destinado a ir a consumirse a los desiertos de Asia y  Africa para extender la supremacía manufacturera y comercial, la  literatura y la lengua de Inglaterra. No transcurrirían muchos siglos en  que en ese mundo inglés se hablase de los alemanes y de los franceses  con tanto respeto como hablamos hoy día de los pueblos asiáticos" (p.  121).
A  fin de evitar ese "mundo inglés", por tanto, era indispensable  implantar un sistema de protección que permitiera la expansión del  empleo, de las fuerzas productivas domésticas y del mercado internos,  como paso previo a la libertad de comercio con otras nacionales. List  justificaba así su propuesta central de política (otra de sus  sugerencias nucleares incluía el desarrollo del sistema interno de  transportes a través del establecimiento de una densa red de  ferrocarriles): 
"A  fin de que la libertad de comercio pueda actuar naturalmente, es  preciso, ante todo, que los pueblos menos adelantados sean elevados por  medio de medidas artificiales al mismo grado de desarrollo a que Inglaterra ha llegado artificialmente"  (p.122). Ningún país podía prosperar, según él, si no se decidía -como  lo hizo Alemania en su época- a "asegurar, por medio de un sistema  comercial fuerte y general, el mercado interior para su propia  industria" (p. 107), instaurando un "sistema aduanero, considerado como  medio de ayudar al desarrollo económico de la nación regulando su  comercio exterior, debe tener como regla constante el principio de la educación industrial del país" (p. 16).
A  ese efecto, no sólo propuso elevar sustancialmente los aranceles a los  productos manufacturados y a algunas materias primas, sino que asimismo  planteó la necesidad de potenciar tal política: con la modificación de  la estructura tributaria del país; con la aplicación de una política expansiva de la demanda efectiva (del tipo "keynesiano", cien años antes de Keynes); y con la inversión masiva en vías de comunicación que estrecharan lazos al interior de la nación (más que con el resto del mundo). Sabiamente, estimaba que -para el desarrollo de una economía- la integración interna de la nación estaba antes de la integración al mercado mundial.
La  teoría económica contemporánea, en cambio, ha recogido estas propuestas  de List en forma recortada y deformada (con pocas excepciones, como la  de Samuelson, quien reconoció sus méritos en un texto de 1960),  encontrándose en los textos apenas como base del argumento de la  "industria infante".
Es  importante señalar que en la época de List las regiones al interior de  la Nación que él propugnaba (hay que recordar que entonces Alemania se  iría a constitutír sobre la base de 30 estados relativamente autónomos)  ya habían desarrollado sus propias fuerzas productivas y habían  fortalecido sus grados de "educación industrial", lo que les permitiría a  su vez "abrirse" a un espacio mayor, el propiamente "nacional". Este es  un aspecto importante para la propuesta de autocentramiento a  plantearse más adelante, en especial respecto a la relación que debería  existir entre los desarrollos de los espacios regionales y el de la  Nación.
Pero  List también era conciente de la lógica política que estaba a la base  de la doctrina de los costos comparativos. Sabía que Inglaterra no sólo  tenía interés en el comercio libre, sino que era una necesidad para  ella, a fin de exportar sus excedentes de productos industriales a  cambio de la importación de insumos o bienes finales agrícolas (sobre  todo de cereales; ver Ricardo, 1816) para mantener los salarios  relativamente estables (y reducidos). En cambio, durante el siglo XVII,  previamente a la Revolución Industrial, Inglaterra no era muy propensa  al comercio irrestricto a escala mundial (p.ej. prohibió la exportación  de lanas para establecer su propia industria textil).
List  terminó suicidándose en 1847, aparentemente cuando percibía que sus  propuestas no tenían acogida y asidero en la realidad alemana de  entonces. Paradójicamente, algunas décadas más tarde, los principios de  política adelantados por él fueron aplicados casi al pie de la letra, a  pesar de su "heterodoxia" en materia económica y de su "utopismo" en  materia política (si bien tenía muy claras las alianzas políticas que  era necesario establecer para materializar su proyecto).
Finalmente,  en tiempos recientes han aparecido varios textos de autores que recogen  las ideas principales de List, de los que son especialmente los de Eric  Reinert, Dieter Sengahaas y Ha-Joon Chang (4). En el Perú, Santiago  Roca es su más lúcido prosélito.
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NOTAS: 
(1)   Este artículo ha sido elaborado en 1994, a excepción del último párrafo y estas notas.
(2)   Las citas corresponden a su obra maestra El Sistema Nacional de Economía Política. Madrid: Editorial Aguilar, 1955. El original en alemán es de 1941.
(3)   Sus  cuestionamientos iban dirigidos principalmente a las teorías de Adam  Smith y Jean Baptiste Say. Curiosamente no había leído a David Ricardo.
(4)   La  lectura de los libros y ensayos de estos tres autores es absolutamente  necesaria para cualquier estudiante o estudioso de Economía (y que, por  lo demás, son accesibles a toda persona alfabeta mayor de 15 años).  Véanse, especialmente, los siguientes textos:
-Eric Reinert, La Globalización de la Pobreza. Como se enriquecieron los países ricos… y porqué los países pobres siguen siendo pobres. Barcelona: Ed. Crítica, 2007.
-Dieter Senghaas, Aprender de Europa. Consideraciones sobre la historia del desarrollo. Barcelona/Caracas: Editorial Alfa, 1985 (original en alemán: 1982).
-Ha-Joon Chang, Kicking Away the Ladder: Development Strategy in Historical Perspective. Anthem; 2002 (me parece que hay una edición en castellano).



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