Infancia trabajadora, un estigma que no cede



De acuerdo con reportes internacionales, la economía peruana ha sido una de las pocas que creció en el mundo en 2009. Sin embargo, para más de tres millones de niños, niñas y adolescentes entre cinco y 17 años, ese crecimiento no tuvo ningún impacto y, en lugar de disfrutar de esa importante etapa de sus vidas, se ven obligados a trabajar, muchas veces en condiciones dolorosas e infrahumanas.

La Encuesta Nacional de Trabajo Infantil, dada a conocer el 15 de febrero por el Instituto Nacional de Estadísticas (INEI), revela que el 42 por ciento del total de infantes y adolescentes del Perú —es decir unos 3.3 millones, o 28 de cada 100— tiene que trabajar para sobrevivir.

El mayor número de niños y niñas trabajadoras se ubica en el rango de cinco a 13 años, con 66,7 por ciento en labores consideradas primarias o extractivas, es decir agricultura, ganadería, pesca y minería. El 70 por ciento de la infancia trabajadora lo hace en condiciones peligrosas, advierte el informe.

Pese a algunas iniciativas oficiales, como el comité para la erradicación del trabajo infantil del Ministerio de Trabajo, los porcentajes siguen aumentando en el interior del país y son los departamentos amazónicos o los andino-amazónicos los que encabezan la lista.

Allí se ubican los principales asentamientos de minería informal y de lavaderos de oro, una de las peores formas de explotación infantil. Según documentos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), tan sólo en la minería de oro trabajan aproximadamente 50 mil niños de seis años de (en) este país.

Según la encuesta, sólo el departamento de Lima ha logrado reducir la cifra de niños trabajadores: de, aproximadamente, 240.000 niños y niñas registrados en la encuesta de 2007, actualmente se reportan poco más de 100.000, en su mayor parte en las ladrilleras, altamente tóxicas para la salud y el medio ambiente.

Sin embargo, a juzgar por las declaraciones del jefe del INEI, Renán Quispe, la prevalencia del trabajo infantil no pareciera ser un asunto de Estado. "La tasa de trabajo infantil se ha mantenido estable en los últimos años", declaró a la prensa al dar a conocer los resultados de la encuesta.

Y, más aún, pese a que se trata de un anuncio oficial, las cifras de esa investigación no aparecen en la página Web del INEI, donde sólo se muestran recortes de prensa sobre la conferencia de Quispe.

Quien sí se muestra preocupado es Guillermo Dema, especialista en trabajo infantil y empleo juvenil de la OIT. "El trabajo infantil perpetúa el círculo de la pobreza y la exclusión", afirma categóricamente a SEMlac.

¿Por qué?, le preguntamos. "Porque al no tener posibilidades de asistir a la escuela regularmente, tampoco tendrán posibilidades de especializarse ni desempeñarse en el futuro en actividades que requieran más destrezas, no estarán capacitados para ello", explica.

Si bien de acuerdo con la encuesta el 97 por ciento de los niños y niñas trabajadoras entre los cinco y 13 años asiste a la escuela, ese porcentaje va descendiendo hasta un 80 por ciento a medida que se avanza en la edad.

Dema también señaló que existe una alta probabilidad de que los actuales infantes y adolescentes trabajadores sean padres y madres a edades tempranas, pues el estudio detalla que más de un tercio de los progenitores de niños y niñas trabajadoras también trabajaron precozmente.

El experto reconoció que los resultados de la encuesta arrojan cifras mayores que las esperadas. En efecto, el trabajo infantil-juvenil ubica al Perú entre los más altos de la región, junto con Bolivia, Guatemala y Honduras.

El principal peligro que enfrenta la población infantil trabajadora es la exposición a los plaguicidas, tal como lo señalan en numerosos informes la Organización Mundial de la Salud y la Oficina de las Naciones Unidas para la Salud y la Alimentación.

Pero también las extenuantes jornadas de trabajo, de hasta 12 horas, durante las cuales suelen transportar cargas pesadas o realizar labores agrícolas que incluyen apertura de surcos, deshierbe y otras que afectan su crecimiento por la mala postura que deben adoptar.

Fernando Eguren, director del Centro Peruano de Estudios Sociales (CEPES), ONG especializada en el mundo rural, dijo a SEMlac que, contra lo que pudiera pensarse, el trabajo infantil-juvenil no se limita solamente a las economías campesinas, sino que también está presente en la agricultura "moderna", disfrazado mediante el sistema de contratas o tercerización, con lo cual se evaden los mecanismos de certificación de que no se emplee a niños o adolescentes en los cultivos de exportación.

Otro rubro importante de trabajo infantil-juvenil es el del comercio mayorista y minorista, que es más común en las zonas urbanas y entre las adolescentes de 14 a 17 años. Este sector emplea más adolescentes mujeres (26,7 por ciento) que hombres (19,1 por ciento), a la inversa de lo que ocurre en la agricultura, donde se prefiere a los varones.

Este rubro tiene una particularidad: es casi invisible, porque generalmente está vinculado a una actividad familiar, es decir el infante o adolescente no recibe un salario. Lo que produce su fuerza laboral pasa directamente al presupuesto familiar.

Así lo explicaron a la prensa, durante la presentación de la encuesta, José Rodríguez y Silvana Vargas. Señalaron, como casos emblemáticos de esta situación, a los niños que laboran en las ladrilleras, que constituyen una industria familiar informal o, peor aún, los recicladores de basura, niñas y niños que transcurren su infancia entre cerros de desmonte, malos olores, insectos y sin ninguna esperanza de mejorar su situación.

"No la tendrán mientras no se implementen mecanismos desde el estado y la sociedad para romper los círculos viciosos de la pobreza", dijo Rodríguez a SEMlac.

AUTOR : ZORAIDA PORTILLO
FUENTE : ADITAL

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