Majes-siguas, irrigaciones e inequidades
Por Laureano Del Castillo
La causa de fondo es la idea de que el agua sobra en la sierra y la selva mientras que en la costa es escasa. En verdad, la afirmación responde a un hecho real de origen natural: el 98% del agua dulce superficial disponible en el país se encuentra en la vertiente del Atlántico, mientras menos del 2% está disponible para la vertiente del Pacífico, discurriendo por la costa y la parte occidental de los Andes. Pero ese hecho está asociado a la discutible consideración, vigente desde la época colonial, de que el agua es más útil y valiosa en la costa.
Esas consideraciones resultan difíciles de aceptar en estos tiempos, cuando el tema de la inclusión social resulta recurrente. Sostener que “el agua sobra” en las regiones altoandinas es pretender ignorar los problemas de pobreza que afectan todavía grandemente a las poblaciones rurales, en las que la escasez de recursos (tierra y agua sobre todo) constituye una clara limitante. Si las nuevas irrigaciones se orientan a la agroexportación se generarían importantes ingresos. Pero si solo se benefician unas pocas empresas, a costa de reducir tierras y agua a pobladores y comuneros pobres, el balance final en lo social resulta claramente deficitario. Dejemos de mirar solo el presente y los negocios de hoy, para pensar en el futuro de todos.
Un nuevo capítulo en el conflicto entre las autoridades y la población
de Arequipa con las autoridades y pobladores de la provincia cusqueña de
Espinar se desarrolla en estas semanas.
Cuando el conflicto estaba en su punto más alto el Tribunal
Constitucional dispuso la realización de un nuevo y más profundo estudio
de balance hídrico de las aguas del río Apurímac, el cual se encargó a
la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS).
Este caso es solo una expresión, quizás la más conocida, de un problema
que enfrenta a distintas poblaciones por el uso del agua. Recordemos el
conflicto entre Moquegua y Arequipa por el uso del agua de la represa
Pasto Grande, o el que enfrenta a Ica y Huancavelica por el mayor
aprovechamiento de las aguas de la laguna Choclococha, o entre Ancash y
La Libertad por el río Santa para el proyecto Chavimochic, entre otros.
El anuncio del inicio del proyecto Pampas Verdes, para irrigar tierras
con aguas de las alturas de Ayacucho se anuncia como un nuevo caso en
esta lista de conflictos.
La causa de fondo es la idea de que el agua sobra en la sierra y la selva mientras que en la costa es escasa. En verdad, la afirmación responde a un hecho real de origen natural: el 98% del agua dulce superficial disponible en el país se encuentra en la vertiente del Atlántico, mientras menos del 2% está disponible para la vertiente del Pacífico, discurriendo por la costa y la parte occidental de los Andes. Pero ese hecho está asociado a la discutible consideración, vigente desde la época colonial, de que el agua es más útil y valiosa en la costa.
Esas consideraciones resultan difíciles de aceptar en estos tiempos, cuando el tema de la inclusión social resulta recurrente. Sostener que “el agua sobra” en las regiones altoandinas es pretender ignorar los problemas de pobreza que afectan todavía grandemente a las poblaciones rurales, en las que la escasez de recursos (tierra y agua sobre todo) constituye una clara limitante. Si las nuevas irrigaciones se orientan a la agroexportación se generarían importantes ingresos. Pero si solo se benefician unas pocas empresas, a costa de reducir tierras y agua a pobladores y comuneros pobres, el balance final en lo social resulta claramente deficitario. Dejemos de mirar solo el presente y los negocios de hoy, para pensar en el futuro de todos.
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