El futuro que se nos viene
Por Armando Mendoza
Claro, de que creció la economía, creció. Hay más dinero. Ganamos más. Gastamos más. Consumimos más. Pero, ¿qué tanto crecimos y mejoramos como sociedad, como nación?, ¿somos acaso un país más justo, más seguro, más integrado?; ¿aprovechamos bien la bonanza?.
Las respuestas a esas cuestiones distan de ser positivas. Tenemos instituciones débiles y con escasa legitimidad; de ello hemos tenido abundante evidencia esta semana. Cierto que la pobreza se ha reducido, pero persisten extensas y profundas inequidades, que traban nuestro progreso. Como ciudadanos, estamos muy lejos de disfrutar plenamente de nuestros derechos.
Para cambiar esto necesitamos un proyecto común de nación, que vincule crecimiento con desarrollo y bienestar. Y ahí estamos fallando, porque demasiado a menudo se han entremezclando y malinterpretando conceptos, y hoy muchos entienden que “desarrollo” y “bienestar” son la multiplicación de los malls, las tarjetas de crédito y los embotellamientos vehiculares.
Pero desarrollo y bienestar son conceptos mucho más profundos y amplios, que significan tener una vida plena y balanceada, con nuestros derechos garantizados. Pero de qué desarrollo podemos hablar si seguimos siendo un país inseguro, inequitativo y excluyente. El auto del año, el LCD, el smarphone, etc. son agradables, pero son solo adornos que no pueden reemplazar al real desarrollo.
La tarea que tenemos no es ni fácil, ni rápida. Superando desencuentros y distorsiones, necesitamos lograr una agenda mínima común de hacia dónde queremos ir como país, asumiendo los reales costos y responsabilidades. Lo otro sería seguir en una senda facilista e irresponsable. Tengamos en mente que el futuro que se viene, que se nos viene a los peruanos, va a ser el que podamos construir.
Vienen creciendo los anuncios de que la bonanza que disfrutamos en los
últimos años ha terminado y que, como dice la canción, nada dura para
siempre. Así, aunque la economía no se va a hundir en una depresión, sí
es cierto que el escenario que ahora encaramos es más complejo e
incierto, y la inercia y el piloto automático no van a servirnos de
mucho, pues tendremos que pensar y actuar en serio para mantener el
crecimiento económico y alcanzar un desarrollo sostenible.
El problema es que durante estos años de auge no aprovechamos para
sentar las bases que apuntalen tal proceso. No hemos construido un
Estado más fuerte. La diversificación de nuestra estructura productiva
anda a los tumbos. La integración del país se ha quedado a medias. Pero,
por sobre todo, hemos fallado en lograr una visión de futuro nacional,
de desarrollo y bienestar, que alcance y comprometa a todos los
peruanos.
Claro, de que creció la economía, creció. Hay más dinero. Ganamos más. Gastamos más. Consumimos más. Pero, ¿qué tanto crecimos y mejoramos como sociedad, como nación?, ¿somos acaso un país más justo, más seguro, más integrado?; ¿aprovechamos bien la bonanza?.
Las respuestas a esas cuestiones distan de ser positivas. Tenemos instituciones débiles y con escasa legitimidad; de ello hemos tenido abundante evidencia esta semana. Cierto que la pobreza se ha reducido, pero persisten extensas y profundas inequidades, que traban nuestro progreso. Como ciudadanos, estamos muy lejos de disfrutar plenamente de nuestros derechos.
Para cambiar esto necesitamos un proyecto común de nación, que vincule crecimiento con desarrollo y bienestar. Y ahí estamos fallando, porque demasiado a menudo se han entremezclando y malinterpretando conceptos, y hoy muchos entienden que “desarrollo” y “bienestar” son la multiplicación de los malls, las tarjetas de crédito y los embotellamientos vehiculares.
Pero desarrollo y bienestar son conceptos mucho más profundos y amplios, que significan tener una vida plena y balanceada, con nuestros derechos garantizados. Pero de qué desarrollo podemos hablar si seguimos siendo un país inseguro, inequitativo y excluyente. El auto del año, el LCD, el smarphone, etc. son agradables, pero son solo adornos que no pueden reemplazar al real desarrollo.
La tarea que tenemos no es ni fácil, ni rápida. Superando desencuentros y distorsiones, necesitamos lograr una agenda mínima común de hacia dónde queremos ir como país, asumiendo los reales costos y responsabilidades. Lo otro sería seguir en una senda facilista e irresponsable. Tengamos en mente que el futuro que se viene, que se nos viene a los peruanos, va a ser el que podamos construir.
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