Piloto de rally
Por Humberto Campodonico
Del 2003 al 2012, hubo un extraordinario ciclo de crecimiento debido a que los flujos de capital internacional (inversión extranjera + bonos + préstamos externos) se multiplicaron por 3 y también se triplicaron los precios de las materias primas (algunos se quintuplicaron).
El viento a favor global aprovechó la dotación de recursos naturales y se incentivaron las inversiones mineras, aumentando las divisas por exportaciones y los ingresos fiscales. Las reservas internacionales subieron, la inflación y el déficit fiscal disminuyeron y el sol se apreció frente al dólar, bajaron las tasas de interés, mejoró el empleo y se redujo la pobreza.
Así las cosas, ¿para qué promover la diversificación de la base productiva y de las exportaciones? Mejor no tener esas políticas pues bastaba con el auge de los recursos naturales y el libre albedrío del mercado para todas las decisiones de inversión. Esto fue complementado con una gran cantidad de Tratados de Libre Comercio (con EEUU, la Unión Europea y China, entre los más importantes).
Pero ahora que caen los flujos de capital y los precios de las materias primas, se ven las grietas del modelo. Se ha reprimarizado la economía: el peso del sector primario en las exportaciones es ahora mucho mayor, como hace 40 años. Esto genera una gran vulnerabilidad pues lleva a déficit comerciales y fiscales. Y la reducción del flujo de capitales, aumenta las presiones devaluatorias.
En esta situación ya no se puede correr, como antes, la gran ola creada por el crecimiento industrial de los países asiáticos y China, impulsado por alianzas entre el Estado y el sector privado. Su enorme consumo de materias primas mejoró nuestros términos del intercambio, lo que se pensó era una política de gana-gana para los “países emergentes”.
Pero no ha sido así: ellos se han industrializado con nuestras materias primas y ahora nos exportan productos con alto valor agregado (no solamente). Como dice el reciente informe de la Cepal, Panorama de la inserción internacional de América Latina 2013 (www.cepal.org), hay ahora tres grandes “fábricas mundiales”: EEUU, la Unión Europea y el bloque ASEAN de China, Japón y Corea del Sur, entre otros.
Pero no formamos parte de ninguna de las “fábricas” pues “en América del Sur predomina la especialización primario exportadora, orientada principalmente a mercados extra regionales” (Panorama, 2013). Por eso, no hemos promovido ni protegido nuestra pequeña base industrial. Una muestra clara es Gamarra –uno de los pocos sectores que había despegado–, hoy en crisis por las importaciones de textiles chinos de bajo precio (Colombia ha puesto precios piso para no perjudicarse con mercancías subvaluadas).
Tampoco se ha promovido la integración regional como plataforma común para la asociación con las “fábricas”. La Comunidad Andina y Mercosur aparecen más distanciadas que unidas (por “razones” ideológicas) y cuatro países han formado un nuevo bloque, la Alianza del Pacífico, que privilegia las políticas de libre mercado (el comercio interbloque solo asciende al 4% de su comercio total).
¿Qué hacer? Pues si ya no hay viento a favor hay que cambiar al piloto automático por un piloto de rally. Pero este cambio crucial es resistido por los interesados en que todo siga igual. Dicho esto, se nota el agotamiento: Samuel Gleiser, de la Cámara de Comercio, afirma que existe autocomplacencia y la ilusión que el mercado nos iba a salvar eternamente (El Comercio, 7/8/2013).
La salida pasa por combinar el aprovechamiento de los recursos naturales con políticas activas que diversifiquen la base productiva, al estilo Sudeste Asiático, para reducir la reprimarización y la vulnerabilidad. Lamentablemente, en estos 10 años del super ciclo de las materias primas que llega a su fin, se ha perdido una gran oportunidad. Pero las oportunidades están allí, comenzando por un recurso natural, el gas de Camisea, para diversificar la matriz energética e impulsar la petroquímica con la construcción del gasoducto sur peruano.
En conclusión, la época de crecimiento con buenos indicadores macroeconómicos se sustentó en una coyuntura internacional donde parece que se avanza pero en verdad se sigue en el mismo sitio. Por eso, los recursos acumulados durante el super ciclo –que todavía están allí, muchos de ellos ociosos– debieran servir para poner fin a la ilusión de que el crecimiento con desarrollo, como el dinero, llega solo.
Del 2003 al 2012, hubo un extraordinario ciclo de crecimiento debido a que los flujos de capital internacional (inversión extranjera + bonos + préstamos externos) se multiplicaron por 3 y también se triplicaron los precios de las materias primas (algunos se quintuplicaron).
El viento a favor global aprovechó la dotación de recursos naturales y se incentivaron las inversiones mineras, aumentando las divisas por exportaciones y los ingresos fiscales. Las reservas internacionales subieron, la inflación y el déficit fiscal disminuyeron y el sol se apreció frente al dólar, bajaron las tasas de interés, mejoró el empleo y se redujo la pobreza.
Así las cosas, ¿para qué promover la diversificación de la base productiva y de las exportaciones? Mejor no tener esas políticas pues bastaba con el auge de los recursos naturales y el libre albedrío del mercado para todas las decisiones de inversión. Esto fue complementado con una gran cantidad de Tratados de Libre Comercio (con EEUU, la Unión Europea y China, entre los más importantes).
Pero ahora que caen los flujos de capital y los precios de las materias primas, se ven las grietas del modelo. Se ha reprimarizado la economía: el peso del sector primario en las exportaciones es ahora mucho mayor, como hace 40 años. Esto genera una gran vulnerabilidad pues lleva a déficit comerciales y fiscales. Y la reducción del flujo de capitales, aumenta las presiones devaluatorias.
En esta situación ya no se puede correr, como antes, la gran ola creada por el crecimiento industrial de los países asiáticos y China, impulsado por alianzas entre el Estado y el sector privado. Su enorme consumo de materias primas mejoró nuestros términos del intercambio, lo que se pensó era una política de gana-gana para los “países emergentes”.
Pero no ha sido así: ellos se han industrializado con nuestras materias primas y ahora nos exportan productos con alto valor agregado (no solamente). Como dice el reciente informe de la Cepal, Panorama de la inserción internacional de América Latina 2013 (www.cepal.org), hay ahora tres grandes “fábricas mundiales”: EEUU, la Unión Europea y el bloque ASEAN de China, Japón y Corea del Sur, entre otros.
Pero no formamos parte de ninguna de las “fábricas” pues “en América del Sur predomina la especialización primario exportadora, orientada principalmente a mercados extra regionales” (Panorama, 2013). Por eso, no hemos promovido ni protegido nuestra pequeña base industrial. Una muestra clara es Gamarra –uno de los pocos sectores que había despegado–, hoy en crisis por las importaciones de textiles chinos de bajo precio (Colombia ha puesto precios piso para no perjudicarse con mercancías subvaluadas).
Tampoco se ha promovido la integración regional como plataforma común para la asociación con las “fábricas”. La Comunidad Andina y Mercosur aparecen más distanciadas que unidas (por “razones” ideológicas) y cuatro países han formado un nuevo bloque, la Alianza del Pacífico, que privilegia las políticas de libre mercado (el comercio interbloque solo asciende al 4% de su comercio total).
¿Qué hacer? Pues si ya no hay viento a favor hay que cambiar al piloto automático por un piloto de rally. Pero este cambio crucial es resistido por los interesados en que todo siga igual. Dicho esto, se nota el agotamiento: Samuel Gleiser, de la Cámara de Comercio, afirma que existe autocomplacencia y la ilusión que el mercado nos iba a salvar eternamente (El Comercio, 7/8/2013).
La salida pasa por combinar el aprovechamiento de los recursos naturales con políticas activas que diversifiquen la base productiva, al estilo Sudeste Asiático, para reducir la reprimarización y la vulnerabilidad. Lamentablemente, en estos 10 años del super ciclo de las materias primas que llega a su fin, se ha perdido una gran oportunidad. Pero las oportunidades están allí, comenzando por un recurso natural, el gas de Camisea, para diversificar la matriz energética e impulsar la petroquímica con la construcción del gasoducto sur peruano.
En conclusión, la época de crecimiento con buenos indicadores macroeconómicos se sustentó en una coyuntura internacional donde parece que se avanza pero en verdad se sigue en el mismo sitio. Por eso, los recursos acumulados durante el super ciclo –que todavía están allí, muchos de ellos ociosos– debieran servir para poner fin a la ilusión de que el crecimiento con desarrollo, como el dinero, llega solo.
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