¿Visión empresarial arcaica?
Por Germán Alarco Tosoni
El presidente de la CONFIEP publicó en el decano de la prensa nacional los principios de los empresarios nacionales hace unas semanas atrás. Sin embargo, se desconoce si lo allí escrito refleja el consenso empresarial. Asimismo, intentó aprovechar el optimismo suscitado cuando el Banco Interamericano de Desarrollo señaló que el 70% de los peruanos ya eran parte de la clase media. Posteriormente, hasta la principal consultora privada nacional desmintió dicho estudio, señalando que con criterios laxos solo la mitad de la población anotada podría ser considerada como parte de ese estrato. Luego, si se contemplaba la capacidad de ahorro, se asociaría solo al 10% de la población nacional.
La nota se inicia con dos premisas. La primera se refiere a que mucho del crecimiento económico de estas últimas décadas tiene que ver con el movimiento generado por la micro y pequeña empresa. No se presentan estadísticas, pero es un lugar común de que en la década de los noventa la contribución de esas empresas fue clave; quizás después menor por la fase de concentración del capital. La otra premisa se refiere a que el crecimiento económico fue realizado por una generación forjada en los años setenta (¿y las anteriores?), en medio de una “implacable dictadura militar, y que convivió con terrorismo, hiperinflación y colapso público”. Obviamente, todas las formas antidemocráticas son deleznables, pero esta fue menos cruenta que las experiencias neoliberales argentina, chilena y uruguaya. No estaría nada mal precisar que el terrorismo y la hiperinflación fueron de los años ochenta.
Todos coincidimos en que los principios de libertad, respeto a la propiedad, la no discriminación, igualdad ante la ley o el no abuso del funcionario público, son poco discutibles. Sin embargo, nos llama la atención de que no se haga mención alguna a que el sector empresarial está preocupado por el bien común, la justicia social, la equidad y otros valores de la colectividad referidos a: los trabajadores, clientes, proveedores, comunidades aledañas y ciudadanos en general. ¿Dónde está la tan pregonada responsabilidad social empresarial?, ¿dónde queda el compromiso de los empresarios por crear valor compartido?
Según el titular de la CONFIEP, todos los empresarios creen en el principio de la flexibilidad laboral. ¿Desde cuándo es un principio?, ¿no es acaso del pasado? Se propugna una cultura tributaria neutral cuando lo universal es que paga más el que más tiene, y donde la progresividad es un principio aceptado. Rechaza toda forma de intervención estatal hasta señalar que el crecimiento del empresario se ha logrado a pesar del Estado. Para él solo es importante mantener la estabilidad macroeconómica; impulsar más apertura comercial y reglas claras, pero eso sí, hay que fomentar la actividad privada.
El presidente de la CONFIEP publicó en el decano de la prensa nacional los principios de los empresarios nacionales hace unas semanas atrás. Sin embargo, se desconoce si lo allí escrito refleja el consenso empresarial. Asimismo, intentó aprovechar el optimismo suscitado cuando el Banco Interamericano de Desarrollo señaló que el 70% de los peruanos ya eran parte de la clase media. Posteriormente, hasta la principal consultora privada nacional desmintió dicho estudio, señalando que con criterios laxos solo la mitad de la población anotada podría ser considerada como parte de ese estrato. Luego, si se contemplaba la capacidad de ahorro, se asociaría solo al 10% de la población nacional.
La nota se inicia con dos premisas. La primera se refiere a que mucho del crecimiento económico de estas últimas décadas tiene que ver con el movimiento generado por la micro y pequeña empresa. No se presentan estadísticas, pero es un lugar común de que en la década de los noventa la contribución de esas empresas fue clave; quizás después menor por la fase de concentración del capital. La otra premisa se refiere a que el crecimiento económico fue realizado por una generación forjada en los años setenta (¿y las anteriores?), en medio de una “implacable dictadura militar, y que convivió con terrorismo, hiperinflación y colapso público”. Obviamente, todas las formas antidemocráticas son deleznables, pero esta fue menos cruenta que las experiencias neoliberales argentina, chilena y uruguaya. No estaría nada mal precisar que el terrorismo y la hiperinflación fueron de los años ochenta.
Todos coincidimos en que los principios de libertad, respeto a la propiedad, la no discriminación, igualdad ante la ley o el no abuso del funcionario público, son poco discutibles. Sin embargo, nos llama la atención de que no se haga mención alguna a que el sector empresarial está preocupado por el bien común, la justicia social, la equidad y otros valores de la colectividad referidos a: los trabajadores, clientes, proveedores, comunidades aledañas y ciudadanos en general. ¿Dónde está la tan pregonada responsabilidad social empresarial?, ¿dónde queda el compromiso de los empresarios por crear valor compartido?
Según el titular de la CONFIEP, todos los empresarios creen en el principio de la flexibilidad laboral. ¿Desde cuándo es un principio?, ¿no es acaso del pasado? Se propugna una cultura tributaria neutral cuando lo universal es que paga más el que más tiene, y donde la progresividad es un principio aceptado. Rechaza toda forma de intervención estatal hasta señalar que el crecimiento del empresario se ha logrado a pesar del Estado. Para él solo es importante mantener la estabilidad macroeconómica; impulsar más apertura comercial y reglas claras, pero eso sí, hay que fomentar la actividad privada.
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