JEFFERSON, LINCOLN, KING, MANDELA
Por Gonzalo Garcia
La Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica es el acontecimiento clave de la historia contemporánea. Trece antiguas colonias de Gran Bretaña deciden el 4 de julio de 1776 abandonar su condi¬ción de súbditos de la corona inglesa para convertirse en estados libres indepen-dientes, organizados en una república federativa. Y afirmada en los principios de justicia, libertad e igualdad, la búsqueda de la felicidad, según su proclama revolucionaria. Misma Unasur.
Contra el timbre y el impuesto al te de 1765 que les impuso la metrópoli opre¬sora, los antiguos colonos y los ciudadanos rebeldes ejercieron su derecho a la desobediencia y la insurrección. A su deber de derrocar los despotismos tiránicos. Ideas que anteceden a los principios de libertad, igualdad y fraternidad de la revolución francesa, en 1789. La toma de la Bastilla que abre a su vez el itinerario de las revoluciones independentistas de los territorios americanos.
Escrita inicialmente por Thomas Jefferson, la proclama libertaria de la inde¬pendencia americana subraya con “rectitud de intenciones” el derecho de la nueva república democrática a vivir en paz, ejercer libremente el comercio y darse sus propios poderes públicos, el autogobierno político.
Relatan los historiadores de esta gesta que el debate excluyó, sin embargo, la cuestión de la esclavitud.
En efecto, más de trescientos mil propietarios de cuatro millones de esclavos se concentraban en el sur de los territorios coloniales. Azúcar, tabaco, algodón exi¬gentes cultivos extensivos. Nuevas y mayores tierras eran indispensables para la producción agraria, gran parte exportada, de los ricos estados esclavistas. De allí, el expansionismo de la nueva frontera que fue incorporando nuevos territorios a la unión naciente. Además, la creación de nuevos estados esclavistas facilitaba la representación política adicional necesaria para equilibrar e inclusive derrotar a los representantes políticos de los pujantes estados del norte y noroeste, capita¬listas y en vías de industrialización, donde los trabajadores eran libres, no esclavos.
Este debate es fielmente retratado por un ensayo de Robin Blackburn, el nota¬ble historiador inglés, en un texto reciente en castellano, que publica también el intercambio epistolar entre Lincoln y Marx. En “Guerra y emancipación” (Capitán Swing, enero 2013) –que nos hubiera gustado mejor traducido– se presenta el diálogo entre la naciente asociación internacional de trabajadores de Marx y Lin¬coln, el presidente mártir que declaró la emancipación de la esclavitud en EE.UU. y a quien Spielberg le ha dedicado una hermosa película del mismo nombre.
Marx lee el conflicto de secesión de los estados del sur desde la perspecti¬va del choque político territorial entre dos modos de producir. Uno es agrario, rural, extensivo, disperso, en donde la relación de propiedad de la tierra se ex¬tendía también a las cosas, a los medios de trabajo y a los propios trabajadores esclavizados. Y, el otro es industrializante, urbano, concentrador, capitalista, de trabajadores libres para vender su fuerza laboral.
Una coexistencia entre dos modos de producir pero también, dice Marx, de distribuir los frutos del esfuerzo común. Que postulaban, cada uno, distintas reglas para la explotación del trabajo. De allí que desde el comienzo, según se lee en sus papeles sobre la guerra civil norteamericana, Marx apostara sin reservas por Lincoln y su creciente y radical decisión de emancipar a los esclavos contenida en la proclama del primero de enero de 1863: “Todos las personas mantenidas como esclavos... serán libres para siempre” (p.121).
Siendo como es evidente que para Marx, la esencia de la relación capitalista es el salario, esta apuesta resulta una curiosa pero explicable paradoja. Puesto a escoger, una era una forma pretérita, la esclavitud, otra era una forma vitanda del presente, el trabajo asalariado.
El ensayo de Blackburn pone en valor esta paradoja. Describe cuidadosamente las interrelaciones entre el mundo de la economía, la sociedad y la política gringas, hace de la historia de su revolución democrática, una llave para comprender la razonabilidad de las decisiones políticas nutridas por el conflicto.
En tiempos que los norteamericanos regresan sobre sus pasos, caso de Evo Morales y su comitiva boliviana interceptada por una inaceptable decisión impe¬rial, cabe recordar los principios de la independencia de los estados del norte, por los que se batieron en todos los tiempos Jefferson, Lincoln, Martin Luther King, las sufragistas, los mártires de Chicago y a escala universal, Nelson Mandela, el gran luchador contra el apartheid.
La Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica es el acontecimiento clave de la historia contemporánea. Trece antiguas colonias de Gran Bretaña deciden el 4 de julio de 1776 abandonar su condi¬ción de súbditos de la corona inglesa para convertirse en estados libres indepen-dientes, organizados en una república federativa. Y afirmada en los principios de justicia, libertad e igualdad, la búsqueda de la felicidad, según su proclama revolucionaria. Misma Unasur.
Contra el timbre y el impuesto al te de 1765 que les impuso la metrópoli opre¬sora, los antiguos colonos y los ciudadanos rebeldes ejercieron su derecho a la desobediencia y la insurrección. A su deber de derrocar los despotismos tiránicos. Ideas que anteceden a los principios de libertad, igualdad y fraternidad de la revolución francesa, en 1789. La toma de la Bastilla que abre a su vez el itinerario de las revoluciones independentistas de los territorios americanos.
Escrita inicialmente por Thomas Jefferson, la proclama libertaria de la inde¬pendencia americana subraya con “rectitud de intenciones” el derecho de la nueva república democrática a vivir en paz, ejercer libremente el comercio y darse sus propios poderes públicos, el autogobierno político.
Relatan los historiadores de esta gesta que el debate excluyó, sin embargo, la cuestión de la esclavitud.
En efecto, más de trescientos mil propietarios de cuatro millones de esclavos se concentraban en el sur de los territorios coloniales. Azúcar, tabaco, algodón exi¬gentes cultivos extensivos. Nuevas y mayores tierras eran indispensables para la producción agraria, gran parte exportada, de los ricos estados esclavistas. De allí, el expansionismo de la nueva frontera que fue incorporando nuevos territorios a la unión naciente. Además, la creación de nuevos estados esclavistas facilitaba la representación política adicional necesaria para equilibrar e inclusive derrotar a los representantes políticos de los pujantes estados del norte y noroeste, capita¬listas y en vías de industrialización, donde los trabajadores eran libres, no esclavos.
Este debate es fielmente retratado por un ensayo de Robin Blackburn, el nota¬ble historiador inglés, en un texto reciente en castellano, que publica también el intercambio epistolar entre Lincoln y Marx. En “Guerra y emancipación” (Capitán Swing, enero 2013) –que nos hubiera gustado mejor traducido– se presenta el diálogo entre la naciente asociación internacional de trabajadores de Marx y Lin¬coln, el presidente mártir que declaró la emancipación de la esclavitud en EE.UU. y a quien Spielberg le ha dedicado una hermosa película del mismo nombre.
Marx lee el conflicto de secesión de los estados del sur desde la perspecti¬va del choque político territorial entre dos modos de producir. Uno es agrario, rural, extensivo, disperso, en donde la relación de propiedad de la tierra se ex¬tendía también a las cosas, a los medios de trabajo y a los propios trabajadores esclavizados. Y, el otro es industrializante, urbano, concentrador, capitalista, de trabajadores libres para vender su fuerza laboral.
Una coexistencia entre dos modos de producir pero también, dice Marx, de distribuir los frutos del esfuerzo común. Que postulaban, cada uno, distintas reglas para la explotación del trabajo. De allí que desde el comienzo, según se lee en sus papeles sobre la guerra civil norteamericana, Marx apostara sin reservas por Lincoln y su creciente y radical decisión de emancipar a los esclavos contenida en la proclama del primero de enero de 1863: “Todos las personas mantenidas como esclavos... serán libres para siempre” (p.121).
Siendo como es evidente que para Marx, la esencia de la relación capitalista es el salario, esta apuesta resulta una curiosa pero explicable paradoja. Puesto a escoger, una era una forma pretérita, la esclavitud, otra era una forma vitanda del presente, el trabajo asalariado.
El ensayo de Blackburn pone en valor esta paradoja. Describe cuidadosamente las interrelaciones entre el mundo de la economía, la sociedad y la política gringas, hace de la historia de su revolución democrática, una llave para comprender la razonabilidad de las decisiones políticas nutridas por el conflicto.
En tiempos que los norteamericanos regresan sobre sus pasos, caso de Evo Morales y su comitiva boliviana interceptada por una inaceptable decisión impe¬rial, cabe recordar los principios de la independencia de los estados del norte, por los que se batieron en todos los tiempos Jefferson, Lincoln, Martin Luther King, las sufragistas, los mártires de Chicago y a escala universal, Nelson Mandela, el gran luchador contra el apartheid.
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