Se acaba el ciclo del “piloto automático”
Por Humberto Campodonico
La gran mayoría de analistas económicos concuerda en que el gran ciclo de precios altos de los recursos naturales –que comenzó en el 2003– está llegando a su fin.
Hay varias razones: la desaceleración de China es una de las más importantes (el crecimiento del consumo de metales se explica, en más de un 50%, por el aumento de la demanda china), las otras dos son el débil crecimiento de Estados Unidos y la recesión en la gran mayoría de países europeos.
Esto es normal. Los ciclos económicos tienen picos y valles, subidas y bajadas. No duran para siempre. Para buena parte de los países de la región, incluido el Perú, el auge ha significado altas tasas de crecimiento de sus exportaciones de recursos naturales, lo que ha aumentado el ingreso de divisas y los recursos tributarios, impulsando así la demanda interna, la mejora de los niveles de vida y la disminución de la pobreza.
Pero no se está aprovechando esta coyuntura para reducir nuestra excesiva dependencia en las exportaciones de recursos naturales, que siguen siendo el 75% del total exportado. Dice un estudio reciente del FMI que “América Latina continúa, en promedio, tan expuesta al ‘riesgo de materias primas’ como hace cuatro décadas, lo cual la hace muy vulnerable a una fuerte caída de los precios de estas” (Perspectiva Económica Regional 2012).
La situación es diferente en el sudeste asiático, región que también ha tenido un crecimiento liderado por las exportaciones. Con una gran diferencia, sin embargo, porque en Asia han habido políticas estatales orientadas al impulso de los sectores productivos (incluido el sector industrial) y políticas activas de innovación tecnológica, entre otras.
Pero eso no sucede aquí. Dice el economista colombiano José Antonio Ocampo que el crecimiento liderado por las exportaciones debería llamarse “ortodoxo”, pues se ha basado en el aprovechamiento de la dotación de recursos naturales de acuerdo a la demanda mundial.
En otras palabras, la región se especializó de acuerdo a sus ventajas comparativas estáticas en sectores que ofrecían menos oportunidades para la diversificación y el mejoramiento de la calidad de los productos exportados. Allí está la diferencia.
Por tanto, hay que impulsar políticas orientadas a nuevos sectores, sean de servicios, primarios o manufactureros. Estas van más allá del impulso a las políticas de competitividad que buscan mejorar la eficiencia de los sectores actualmente existentes.
Un ejemplo: el polo petroquímico que debería instalarse en la costa sur del Perú, en algún lugar entre Arequipa y Moquegua, puntos de llegada del ducto transportador del gas de Camisea.
La cadena de valor que se genera con la petroquímica del metano y del etano del gas natural permite, por ejemplo, producir desde fertilizantes y solventes hasta tuberías y aislantes, además de crear miles de empleos en medianas y pequeñas empresas, diversificando la producción y las exportaciones. Y, ojo, la descentralización industrial disminuye la Lima-dependencia.
Volvamos al principio. El “piloto automático” del ciclo al alza de los precios de los metales está terminando. Y seguimos con una estructura exportadora dependiente del precio de las materias primas.
La salida no va por el lado de “suprimir” las industrias extractivas (aunque estas deben siempre tener licencia social, ambiental y fiscal) sino de diversificar la base productiva y exportadora, acortando la brecha tecnológica que nos separa del sudeste asiático.
Estas políticas que, además, permiten avanzar hacia estructuras productivas mejor balanceadas de los distintos sectores –por tanto, más igualitarias– no se logran solo con el aprovechamiento de las ventajas comparativas estáticas de las materias primas que la naturaleza dejó en nuestro territorio. Y la cosa se pone peor si cualquier impulso estatal hacia la diversificación es tildada de “chavismo”.
Los tiempos del “piloto automático” y del inmovilismo continuista van llegando a su fin. Vale la pena recordarlo.
La gran mayoría de analistas económicos concuerda en que el gran ciclo de precios altos de los recursos naturales –que comenzó en el 2003– está llegando a su fin.
Hay varias razones: la desaceleración de China es una de las más importantes (el crecimiento del consumo de metales se explica, en más de un 50%, por el aumento de la demanda china), las otras dos son el débil crecimiento de Estados Unidos y la recesión en la gran mayoría de países europeos.
Esto es normal. Los ciclos económicos tienen picos y valles, subidas y bajadas. No duran para siempre. Para buena parte de los países de la región, incluido el Perú, el auge ha significado altas tasas de crecimiento de sus exportaciones de recursos naturales, lo que ha aumentado el ingreso de divisas y los recursos tributarios, impulsando así la demanda interna, la mejora de los niveles de vida y la disminución de la pobreza.
Pero no se está aprovechando esta coyuntura para reducir nuestra excesiva dependencia en las exportaciones de recursos naturales, que siguen siendo el 75% del total exportado. Dice un estudio reciente del FMI que “América Latina continúa, en promedio, tan expuesta al ‘riesgo de materias primas’ como hace cuatro décadas, lo cual la hace muy vulnerable a una fuerte caída de los precios de estas” (Perspectiva Económica Regional 2012).
La situación es diferente en el sudeste asiático, región que también ha tenido un crecimiento liderado por las exportaciones. Con una gran diferencia, sin embargo, porque en Asia han habido políticas estatales orientadas al impulso de los sectores productivos (incluido el sector industrial) y políticas activas de innovación tecnológica, entre otras.
Pero eso no sucede aquí. Dice el economista colombiano José Antonio Ocampo que el crecimiento liderado por las exportaciones debería llamarse “ortodoxo”, pues se ha basado en el aprovechamiento de la dotación de recursos naturales de acuerdo a la demanda mundial.
En otras palabras, la región se especializó de acuerdo a sus ventajas comparativas estáticas en sectores que ofrecían menos oportunidades para la diversificación y el mejoramiento de la calidad de los productos exportados. Allí está la diferencia.
Por tanto, hay que impulsar políticas orientadas a nuevos sectores, sean de servicios, primarios o manufactureros. Estas van más allá del impulso a las políticas de competitividad que buscan mejorar la eficiencia de los sectores actualmente existentes.
Un ejemplo: el polo petroquímico que debería instalarse en la costa sur del Perú, en algún lugar entre Arequipa y Moquegua, puntos de llegada del ducto transportador del gas de Camisea.
La cadena de valor que se genera con la petroquímica del metano y del etano del gas natural permite, por ejemplo, producir desde fertilizantes y solventes hasta tuberías y aislantes, además de crear miles de empleos en medianas y pequeñas empresas, diversificando la producción y las exportaciones. Y, ojo, la descentralización industrial disminuye la Lima-dependencia.
Volvamos al principio. El “piloto automático” del ciclo al alza de los precios de los metales está terminando. Y seguimos con una estructura exportadora dependiente del precio de las materias primas.
La salida no va por el lado de “suprimir” las industrias extractivas (aunque estas deben siempre tener licencia social, ambiental y fiscal) sino de diversificar la base productiva y exportadora, acortando la brecha tecnológica que nos separa del sudeste asiático.
Estas políticas que, además, permiten avanzar hacia estructuras productivas mejor balanceadas de los distintos sectores –por tanto, más igualitarias– no se logran solo con el aprovechamiento de las ventajas comparativas estáticas de las materias primas que la naturaleza dejó en nuestro territorio. Y la cosa se pone peor si cualquier impulso estatal hacia la diversificación es tildada de “chavismo”.
Los tiempos del “piloto automático” y del inmovilismo continuista van llegando a su fin. Vale la pena recordarlo.
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