Precariedad de la economía peruana
Por Carlos Alonso Bedoya
¿Qué sentirán los cientos de miles de ancianos sin pensión en el Perú, cuando leen en la prensa que su país es ahora el octavo más rico de América Latina? ¿O los millones de trabajadores que ganan menos de mil soles mensuales, cuando les dicen que las cifras muestran que cada peruano tiene un poder adquisitivo de más de 11 mil dólares, cuando no llegan a esa cifra ni trabajando todo un año?
Seguramente pensarán que nada de eso tiene que ver con su realidad. Que mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) anuncia que el Perú es cada vez más rico, y los medios financiados por las mineras y los bancos celebran, ellos siguen viviendo en un país de misios, donde la plata no alcanza para cubrir los gastos del mes.
Es que mientras la mayor parte de la población tiene que esperar semanas o meses para que le operen la vesícula en un hospital público, y el salario mínimo sigue siendo de los más bajos de la región; los que tienen la sartén por el mango nos llenan de propaganda sobre las bondades de un modelo económico sumamente precario. Y encima citan al FMI, que ha quedado en ridículo por el fracaso de sus políticas de austeridad en Europa.
Todos los crecimientos económicos que se basan en el auge de los precios de las materias primas –como es el caso peruano– son cíclicos y precarios. Y en los últimos diez años, ese tipo de crecimiento económico en el Perú ha sido bastante impetuoso, y la subida se ha dado casi en vertical. Lo malo es que la caída será directamente proporcional a esa escalada.
Desde 2003 en adelante, las tasas de interés en Estados Unidos, Japón, Reino Unido y Europa se han mantenido cercanas a cero. Esa ha sido la principal causa de nuestro boom económico. Los capitales buscaron mayor retorno en la especulación de los minerales, el petróleo y los alimentos, presionando los precios al alza. Y también incursionaron en las plazas donde las tasas de interés eran más altas.
Todas esas condiciones pueden cambiar dramáticamente. La subida del dólar en las últimas semanas parece advertirnos de un cambio de tendencia mundial, tras una década de depreciación de la divisa norteamericana.
Una vez que las tasas suban en el norte, el Perú se estrellará de la misma manera que un automóvil lo hace ante el frenazo en seco del tráiler que tiene delante. Y eso no tendrá nada que ver con cosas como que PetroPerú se quiera potenciar, o con la hipótesis negada de que el Gobierno se salga de la Alianza del Pacífico.
Eso tendrá que ver con el estilo de crecimiento. Con la restricción externa. Pues los factores del éxito de las grandes cifras de la economía, no los controla Castilla desde su ministerio. Se definen fuera.
Mientras llega ese momento, nos seguirán mareando con noticias como las que dicen que somos más ricos que Colombia. Qué tal payasada. Ya quisiéramos tener un poquito de las bases productivas de nuestro vecino.
¿Qué sentirán los cientos de miles de ancianos sin pensión en el Perú, cuando leen en la prensa que su país es ahora el octavo más rico de América Latina? ¿O los millones de trabajadores que ganan menos de mil soles mensuales, cuando les dicen que las cifras muestran que cada peruano tiene un poder adquisitivo de más de 11 mil dólares, cuando no llegan a esa cifra ni trabajando todo un año?
Seguramente pensarán que nada de eso tiene que ver con su realidad. Que mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) anuncia que el Perú es cada vez más rico, y los medios financiados por las mineras y los bancos celebran, ellos siguen viviendo en un país de misios, donde la plata no alcanza para cubrir los gastos del mes.
Es que mientras la mayor parte de la población tiene que esperar semanas o meses para que le operen la vesícula en un hospital público, y el salario mínimo sigue siendo de los más bajos de la región; los que tienen la sartén por el mango nos llenan de propaganda sobre las bondades de un modelo económico sumamente precario. Y encima citan al FMI, que ha quedado en ridículo por el fracaso de sus políticas de austeridad en Europa.
Todos los crecimientos económicos que se basan en el auge de los precios de las materias primas –como es el caso peruano– son cíclicos y precarios. Y en los últimos diez años, ese tipo de crecimiento económico en el Perú ha sido bastante impetuoso, y la subida se ha dado casi en vertical. Lo malo es que la caída será directamente proporcional a esa escalada.
Desde 2003 en adelante, las tasas de interés en Estados Unidos, Japón, Reino Unido y Europa se han mantenido cercanas a cero. Esa ha sido la principal causa de nuestro boom económico. Los capitales buscaron mayor retorno en la especulación de los minerales, el petróleo y los alimentos, presionando los precios al alza. Y también incursionaron en las plazas donde las tasas de interés eran más altas.
Todas esas condiciones pueden cambiar dramáticamente. La subida del dólar en las últimas semanas parece advertirnos de un cambio de tendencia mundial, tras una década de depreciación de la divisa norteamericana.
Una vez que las tasas suban en el norte, el Perú se estrellará de la misma manera que un automóvil lo hace ante el frenazo en seco del tráiler que tiene delante. Y eso no tendrá nada que ver con cosas como que PetroPerú se quiera potenciar, o con la hipótesis negada de que el Gobierno se salga de la Alianza del Pacífico.
Eso tendrá que ver con el estilo de crecimiento. Con la restricción externa. Pues los factores del éxito de las grandes cifras de la economía, no los controla Castilla desde su ministerio. Se definen fuera.
Mientras llega ese momento, nos seguirán mareando con noticias como las que dicen que somos más ricos que Colombia. Qué tal payasada. Ya quisiéramos tener un poquito de las bases productivas de nuestro vecino.
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