Encuentro de dos mundos

 Por Carlos Monge Salgado


Este fin de semana, en Santiago de Chile, se reunieron los mandatarios de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC, una OEA con Cuba pero sin USA ni Canadá) con los de la Unión Europea (UE).
La discusión se puede resumir así: a Europa le va mal y necesita urgentemente colocar sus capitales en una América Latina a la que le va bien. Pero en la América Latina de estos tiempos hay un número de países “progresistas” que han nacionalizado la renta y hasta expropiado algunas empresas de origen europeo. Por ejemplo, la reciente compra forzada por el Estado argentino (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) de la Repsol española. Entonces, Europa nos felicita y nos pide colaboración, pero también nos exige seguridades (sobre todo estabilidad jurídica) para poder invertir acá.

Desde una América Latina fuerte en términos macroeconómicos, algunas voces han sido duras frente a las propuestas europeas. Por ejemplo, el gobierno Boliviano ha cuestionado párrafos de la declaración sobre la estabilidad jurídica de las inversiones extranjeras, con Evo Morales diciendo que necesitamos socios y no patrones.

De hecho, desde una posición de ventaja relativa (estamos creciendo, no tenemos presión de deuda externa, tenemos muchas reservas), hoy -como nunca antes- podemos poner condiciones al ingreso de inversionistas europeos. Para comenzar, por cierto, manejar soberanamente nuestros recursos naturales y hacer que las corporaciones europeas y otras paguen los impuestos que corresponden a tiempos de ganancias extraordinarias. Pero, no basta con más plata. De hecho, tendríamos que ir mucho más allá de lo que nuestros gobiernos progresistas quieren ir.

Algunas ideas respecto de qué condiciones deberían ponerse a las inversiones europeas en recursos naturales en América Latina: irrestricto respeto a los derechos humanos; pasar por la consulta previa, libre e informada; pasar por procesos participativos de zonificación y ordenamiento territorial; respetar los derechos laborales de sus trabajadores; pagar impuestos a las sobreganancias; planificarse en el tiempo para evitar bruscos deterioros de términos de tasa de cambio (enfermedad holandesa); incrementar el contenido local de sus compras de bienes y servicios; aportar a la diversificación económica; basarse en una matriz energética limpia; etc.

El plato de fondo: Europa (y sus inversionistas) debería ser nuestra socia en la apuesta por una América Latina post extractivista y no seguir buscando una relación en la que sus empresas invierten en nuestros recursos mientras nosotros –aunque nos paguen algo o mucho más- seguimos siendo economías primario exportadoras y nuestros estados –ávidos de renta- siguen promoviendo esas inversiones a costa del medio ambiente, a costa de los pueblos indígenas, a costa de los derechos humanos.

Nota final: el derechista Sebastián Piñera de Chile le entrega la posta de la conducción de la CELAC al izquierdista Raúl Castro de Cuba. Pero de una Cuba empeñada hoy en procesos de reformas internas para abrir mercados cerrados de la revolución, como el de la vivienda, servicios y alimentos. ¿Cómo empata esta nueva agenda interna con la agenda de la CELAC? Habrá que ver.

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