Pensando el futuro económico
Por Carlos Alonso Bedoya
El peor escenario que puede enfrentar el gobierno, es en el que a la inestabilidad social se le suma la inestabilidad económica. Que en medio de los pleitos por proyectos de inversión como Conga, o de las huelgas por más salarios, llegue el fin de la bonanza económica. Claro, con el elemento especial de este periodo: el malestar del núcleo duro de electores de Humala, que apostaba por salir del modelo neoliberal.
n los quince meses que tiene la presente gestión, hemos visto problemas sociales derivados de la etapa “conflicto del crecimiento”, en la que las luchas son por reparto de excedentes y por reglas de inversión, especialmente la extractiva. Las propuestas de “inclusión social” o “diálogo”, presentes en el discurso oficial, no lograron desinflar los conflictos duros.
Medidas como el reparto de tickets para adquirir gas barato en algunas provincias, o para meter candela a obras de infraestructura en el agro de pequeña escala mirando la experiencia Quellaveco, constituyen un esquema vulnerable. Primero, porque suponen que la crisis económica que vive el mundo no va a detener el crecimiento peruano, y segundo porque requieren de un Estado eficiente.
Mientras no se relance la economía (diversificación productiva e industrialización saliendo de la lógica de libre comercio); junto con transformaciones en el régimen subsidiario del Estado, de la propiedad de los recursos naturales, y de la forma en que se negocia y trata al capital extranjero (modificaciones constitucionales), no podremos resolver los problemas de fondo.
Solo queda calcular el fin del boom económico. Sabemos por historia que todos los periodos de auge que ha vivido el Perú republicano se han relacionado con la explotación de algún recurso natural (guano, caucho, algodón, harina de pescado y ahora minerales), y que luego sobreviene el declive y la bancarrota fiscal. Lo dijo Basadre desde su “Perú: Problema y Posibilidad”, en las primeras décadas del Siglo XX.
¿Cuánto durará el actual crecimiento? Lo mismo que duren los precios altos de los commodities y los flujos de capitales. Esos dos elementos, centrales en el esquema económico de estos años, no dependen de decisiones nacionales, sino de medidas que toman los grandes del mundo, haciendo de nuestra economía una muy vulnerable.
Basta que alguien en Europa o Estados Unidos se de cuenta de que hay un poquito más de inflación de lo normal, para que las tasas de interés de referencia de sus bancas centrales dejen el nivel cero en el que están desde hace diez años, rompiéndose la lógica en la que los capitales vienen a las economías emergentes y las materias primas siguen en el top de su precio.
¿Cuánto aguantaremos el golpe en los ingresos fiscales y las cuentas externas? Lo que duren las reservas, el fondo de tesorería y otros guardados de Castilla, basados todos en los bajos salarios. Pero eso en el mejor de los casos mantendrá las grandes cifras en azul por un tiempo. El Perú seguirá siendo un país de misios pero con una tremenda crisis política.
El peor escenario que puede enfrentar el gobierno, es en el que a la inestabilidad social se le suma la inestabilidad económica. Que en medio de los pleitos por proyectos de inversión como Conga, o de las huelgas por más salarios, llegue el fin de la bonanza económica. Claro, con el elemento especial de este periodo: el malestar del núcleo duro de electores de Humala, que apostaba por salir del modelo neoliberal.
n los quince meses que tiene la presente gestión, hemos visto problemas sociales derivados de la etapa “conflicto del crecimiento”, en la que las luchas son por reparto de excedentes y por reglas de inversión, especialmente la extractiva. Las propuestas de “inclusión social” o “diálogo”, presentes en el discurso oficial, no lograron desinflar los conflictos duros.
Medidas como el reparto de tickets para adquirir gas barato en algunas provincias, o para meter candela a obras de infraestructura en el agro de pequeña escala mirando la experiencia Quellaveco, constituyen un esquema vulnerable. Primero, porque suponen que la crisis económica que vive el mundo no va a detener el crecimiento peruano, y segundo porque requieren de un Estado eficiente.
Mientras no se relance la economía (diversificación productiva e industrialización saliendo de la lógica de libre comercio); junto con transformaciones en el régimen subsidiario del Estado, de la propiedad de los recursos naturales, y de la forma en que se negocia y trata al capital extranjero (modificaciones constitucionales), no podremos resolver los problemas de fondo.
Solo queda calcular el fin del boom económico. Sabemos por historia que todos los periodos de auge que ha vivido el Perú republicano se han relacionado con la explotación de algún recurso natural (guano, caucho, algodón, harina de pescado y ahora minerales), y que luego sobreviene el declive y la bancarrota fiscal. Lo dijo Basadre desde su “Perú: Problema y Posibilidad”, en las primeras décadas del Siglo XX.
¿Cuánto durará el actual crecimiento? Lo mismo que duren los precios altos de los commodities y los flujos de capitales. Esos dos elementos, centrales en el esquema económico de estos años, no dependen de decisiones nacionales, sino de medidas que toman los grandes del mundo, haciendo de nuestra economía una muy vulnerable.
Basta que alguien en Europa o Estados Unidos se de cuenta de que hay un poquito más de inflación de lo normal, para que las tasas de interés de referencia de sus bancas centrales dejen el nivel cero en el que están desde hace diez años, rompiéndose la lógica en la que los capitales vienen a las economías emergentes y las materias primas siguen en el top de su precio.
¿Cuánto aguantaremos el golpe en los ingresos fiscales y las cuentas externas? Lo que duren las reservas, el fondo de tesorería y otros guardados de Castilla, basados todos en los bajos salarios. Pero eso en el mejor de los casos mantendrá las grandes cifras en azul por un tiempo. El Perú seguirá siendo un país de misios pero con una tremenda crisis política.
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