Frente al cambio climático: poco financiamiento y malas decisiones
Por Pedro Francke
Después de la Cumbre de la Tierra del 2002, mediante el Protocolo de Kyoto, los países se comprometieron a reducir voluntariamente la emisión de gases de efecto invernadero, principal causante del cambio climático. Hoy día es claro que Kyoto ha fracasado. No se lograron las metas y algunos grandes emisores (como EEUU), ni siquiera se sumaron. Hoy día, después de Rio +20, se habla de un Kyoto 2. Pero, mientras Australia acaba de reafirmar su participación, Nueva Zelanda se retira del proceso y Canadá ya lo había hecho el año pasado.
Mientras Kyoto 1 fracasa y Kyoto 2 muestra sus debilidades, surgen esquemas de financiamiento contra el cambio climático. Unos para que los países más desarrollados puedan seguir emitiendo mientras pagan a los menos desarrollados para que no lo hagan. Otros para ayudar a las poblaciones locales pobres a adaptarse a, o mitigar el impacto del calentamiento global.
Una presentación de la ODI de Londres, nos habla de los recursos en juego. Entre el 2004 y la fecha se han asignado a América Latina 2,035 millones de dólares como donaciones (la mayor parte) y préstamos blandos (la menor parte) para financiar mitigación y adaptación al cambio climático. Poca cosa si se compara con los 56 mil millones y 110 mil millones de dólares de inversión minera programadas para Perú y Chile en los próximos años, respectivamente.
Peor aún, se asigna poco (200 millones) para adaptación, tema que interesa principalmente a las poblaciones que sufren el cambio climático. Y se asigna mucho (1,800 millones) para mitigación, tema que interesa sobre todo a los países que más emiten, pues así compensan sus emisiones sin tener que cambiar su modelo de producción y consumo. Y la mayor parte de estos recursos van a México, Chile, Brasil y Colombia, países que no son los más pobres ni los más impactados por el cambio climático, sino los que tienen más capacidades para elaborar/solicitar e implementar estos proyectos.
Mientras tanto, por ejemplo, Brasil decide explotar sus enormes reservas petroleras de Pre Sal; México decide buscar petróleo en aguas profundas del Golfo de México; Venezuela quiere abastecer de petróleo para China durante las próximas décadas; y Ecuador concesiona toda su Amazonia sur para extraer petróleo mientras toma prestamos chinos pagaderos con ese mismo petróleo en las próximas décadas.
Estas son grandes decisiones estratégicas que refuerzan una matriz energética sucia, generadora de gases de efecto invernadero, frente a los cuales se establecen pequeños fondos totalmente incapaces de compensar ya no solo las emisiones globales que siguen creciendo. Habrá siempre que pelear por mayores recursos para esos fondos, o por su mejor gestión. Pero el tema de fondo y de urgencia es reinventar nuestras estrategias energéticas en el marco de compromisos serios contra el cambio climático y el calentamiento global.
Después de la Cumbre de la Tierra del 2002, mediante el Protocolo de Kyoto, los países se comprometieron a reducir voluntariamente la emisión de gases de efecto invernadero, principal causante del cambio climático. Hoy día es claro que Kyoto ha fracasado. No se lograron las metas y algunos grandes emisores (como EEUU), ni siquiera se sumaron. Hoy día, después de Rio +20, se habla de un Kyoto 2. Pero, mientras Australia acaba de reafirmar su participación, Nueva Zelanda se retira del proceso y Canadá ya lo había hecho el año pasado.
Mientras Kyoto 1 fracasa y Kyoto 2 muestra sus debilidades, surgen esquemas de financiamiento contra el cambio climático. Unos para que los países más desarrollados puedan seguir emitiendo mientras pagan a los menos desarrollados para que no lo hagan. Otros para ayudar a las poblaciones locales pobres a adaptarse a, o mitigar el impacto del calentamiento global.
Una presentación de la ODI de Londres, nos habla de los recursos en juego. Entre el 2004 y la fecha se han asignado a América Latina 2,035 millones de dólares como donaciones (la mayor parte) y préstamos blandos (la menor parte) para financiar mitigación y adaptación al cambio climático. Poca cosa si se compara con los 56 mil millones y 110 mil millones de dólares de inversión minera programadas para Perú y Chile en los próximos años, respectivamente.
Peor aún, se asigna poco (200 millones) para adaptación, tema que interesa principalmente a las poblaciones que sufren el cambio climático. Y se asigna mucho (1,800 millones) para mitigación, tema que interesa sobre todo a los países que más emiten, pues así compensan sus emisiones sin tener que cambiar su modelo de producción y consumo. Y la mayor parte de estos recursos van a México, Chile, Brasil y Colombia, países que no son los más pobres ni los más impactados por el cambio climático, sino los que tienen más capacidades para elaborar/solicitar e implementar estos proyectos.
Mientras tanto, por ejemplo, Brasil decide explotar sus enormes reservas petroleras de Pre Sal; México decide buscar petróleo en aguas profundas del Golfo de México; Venezuela quiere abastecer de petróleo para China durante las próximas décadas; y Ecuador concesiona toda su Amazonia sur para extraer petróleo mientras toma prestamos chinos pagaderos con ese mismo petróleo en las próximas décadas.
Estas son grandes decisiones estratégicas que refuerzan una matriz energética sucia, generadora de gases de efecto invernadero, frente a los cuales se establecen pequeños fondos totalmente incapaces de compensar ya no solo las emisiones globales que siguen creciendo. Habrá siempre que pelear por mayores recursos para esos fondos, o por su mejor gestión. Pero el tema de fondo y de urgencia es reinventar nuestras estrategias energéticas en el marco de compromisos serios contra el cambio climático y el calentamiento global.
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