No llores por mí Argentina
Por Edgardo Cruzado Silverii
El gobierno argentino ha colocado a su país en los titulares del mundo, gracias a la expropiación del 51% de la petrolera YPF, hasta el momento en manos de la española Repsol. Si bien la noticia es dura, no ha sido muy intempestiva.
El fondo del asunto es el alto nivel de desabastecimiento de Hidrocarburos que vienen sufriendo los argentinos, con todo su aparato productivo, desde hace varios años. Esta situación ha obligado al Estado a importar combustibles, asumiendo los altos precios del mercado internacional, para venderlos en el mercado local a precios que se encuentran “estabilizados”. Esta situación le cuesta mucho dinero al gobierno cada año, sin horizonte de solución.
Alrededor del cuento se ubica Repsol, que compró la empresa nacional de Hidrocarburos de Argentina en la década de los noventa. El gobierno argentino acusa a Repsol de desangrar la empresa: al final de cada periodo las utilidades salían de la empresa, en forma de dividendos, para financiar proyectos que la matriz de Repsol consideraba más atractivos y Seguros en otros países del mundo.
La otra cara de la moneda, en medio de la disminución de la producción, han sido las acusaciones de la petrolera Repsol hacia el gobierno argentino por las dificultades para atraer inversiones y desarrollar nuevos proyectos; el principal problema, según ellos, es la falta de estabilidad de su economía, los controles de precios y una política energética divorciada con la inversión privada.
El desenlace confirma todas las hipótesis
Dejando las pasiones aparte, tarea casi imposible pero necesaria, está claro que la privatización de YPF en los noventas ha sido uno de los peores negocios que han hecho los argentinos. En pocos años los nuevos dueños de la compañía recuperaron su inversión y con la subida de los precios de los Hidrocarburos no han dejado de ganar dinero. Repsol, como buena empresa privada, ha buscado ganar dinero e invertirlo en proyectos rentables y Seguros; sus límites no son el territorio argentino y la bronca con el gobierno hace rato que la pone en la cuerda floja.
Entonces, la experiencia Argentina termina siendo la confirmación de la regla. Los países que han mantenido el control de sus empresas públicas en la explotación de recursos naturales, como Brasil, Chile o México, consiguen retener la mayor parte de la renta generada y han logrado gestionar mejor sus mercados, asegurando la reinversión de utilidades, priorizando los intereses del país e incrementando sus reservas, antes que los intereses financieros del capital.
Antes que llorar por Argentina, como dice la canción, será mejor mirar su experiencia, sacar el exceso de sal y pimienta que la presidenta Cristina Kirchener le puso al tema, y recoger lecciones para fortalecer nuestra empresa de petróleos.
El gobierno argentino ha colocado a su país en los titulares del mundo, gracias a la expropiación del 51% de la petrolera YPF, hasta el momento en manos de la española Repsol. Si bien la noticia es dura, no ha sido muy intempestiva.
El fondo del asunto es el alto nivel de desabastecimiento de Hidrocarburos que vienen sufriendo los argentinos, con todo su aparato productivo, desde hace varios años. Esta situación ha obligado al Estado a importar combustibles, asumiendo los altos precios del mercado internacional, para venderlos en el mercado local a precios que se encuentran “estabilizados”. Esta situación le cuesta mucho dinero al gobierno cada año, sin horizonte de solución.
Alrededor del cuento se ubica Repsol, que compró la empresa nacional de Hidrocarburos de Argentina en la década de los noventa. El gobierno argentino acusa a Repsol de desangrar la empresa: al final de cada periodo las utilidades salían de la empresa, en forma de dividendos, para financiar proyectos que la matriz de Repsol consideraba más atractivos y Seguros en otros países del mundo.
La otra cara de la moneda, en medio de la disminución de la producción, han sido las acusaciones de la petrolera Repsol hacia el gobierno argentino por las dificultades para atraer inversiones y desarrollar nuevos proyectos; el principal problema, según ellos, es la falta de estabilidad de su economía, los controles de precios y una política energética divorciada con la inversión privada.
El desenlace confirma todas las hipótesis
Dejando las pasiones aparte, tarea casi imposible pero necesaria, está claro que la privatización de YPF en los noventas ha sido uno de los peores negocios que han hecho los argentinos. En pocos años los nuevos dueños de la compañía recuperaron su inversión y con la subida de los precios de los Hidrocarburos no han dejado de ganar dinero. Repsol, como buena empresa privada, ha buscado ganar dinero e invertirlo en proyectos rentables y Seguros; sus límites no son el territorio argentino y la bronca con el gobierno hace rato que la pone en la cuerda floja.
Entonces, la experiencia Argentina termina siendo la confirmación de la regla. Los países que han mantenido el control de sus empresas públicas en la explotación de recursos naturales, como Brasil, Chile o México, consiguen retener la mayor parte de la renta generada y han logrado gestionar mejor sus mercados, asegurando la reinversión de utilidades, priorizando los intereses del país e incrementando sus reservas, antes que los intereses financieros del capital.
Antes que llorar por Argentina, como dice la canción, será mejor mirar su experiencia, sacar el exceso de sal y pimienta que la presidenta Cristina Kirchener le puso al tema, y recoger lecciones para fortalecer nuestra empresa de petróleos.
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