Responsabilidad financiera por la justicia y la paz

 Por Javier Iguiniz



En memoria de Víctor Ortúzar
El reciente documento del Consejo Pontificio Justicia y Paz1 sobre el manejo monetario mundial coloca, en primer lugar, una descripción de la situación económica internacional, marcada por la enorme desigualdad dentro y entre países, así como por la pobreza; luego, una crítica al extremismo liberal expresado en una ideología, o idolatría, a la que se acusa reiteradas veces de irresponsable; y, finalmente, una propuesta para constituir una autoridad mundial en el campo monetario y financiero como la manera concreta de asumir responsabilidades.
Disparidades y distorsiones
El documento pone a menudo sobre el tapete el impacto de la crisis en los países menos poderosos. Por ejemplo, en las crisis, “el costo para millones, e incluso miles de millones de personas, en los países desarrollados, pero sobre todo también en aquellos en vías de desarrollo, es inmenso”. Se denuncia además que “han aumentado enormemente las desigualdades en varios países y entre ellos”.
La distorsión institucional en la que más se insiste contrapone a un sector financiero desbocado a la “economía real”, la que provee empleo y permite mejorar la calidad de vida.
Extremismo liberal
  El Consejo reconoce a menudo los valores de  una economía de mercado, de los mercados “estables y transparentes”, pero el acento está puesto en los problemas que ha traído el extremismo liberal, individualista y utilitarista.
En el momento de explicar la reciente evolución mundial se pregunta: “¿Pero qué es lo que ha impulsado al mundo en esta dirección extremadamente problemática incluso para la paz?”. La respuesta sigue de inmediato: “Ante todo, un liberalismo económico sin reglas y sin supervisión. Se trata de una ideología, de una forma de ‘apriorismo económico’, que pretende tomar de la teoría las leyes del funcionamiento del mercado y las denominadas leyes del desarrollo capitalista, exagerando algunos de sus aspectos”.
En términos similares, poco más abajo: “A la base de las disparidades y de las distorsiones del desarrollo capitalista, se encuentra en gran parte, además de la ideología del liberalismo económico, la ideología utilitarista, es decir, la impostación teórico-práctica según la cual ‘lo que es útil para el individuo conduce al bien de la comunidad’”.
Ese extremismo constituye una idolatría. “Ya en 1991, después del fracaso del colectivismo marxista, el beato Juan Pablo II había puesto en guardia contra el peligro de ‘una idolatría del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías’”.
La nueva autoridad: con más voz de los débiles
Autoridad monetaria y responsabilidad van juntas. La nueva autoridad “debería surgir de un proceso de maduración progresiva de las conciencias y de las libertades, así como del conocimiento de las crecientes responsabilidades”. Debería ser democrática. De ahí que se tome como referencia a las NNUU y al G20. “La lógica desearía que el proceso de reforma se desarrollase teniendo como punto de referencia la Organización de las Naciones Unidas, en razón de la amplitud mundial de sus responsabilidades, de su capacidad de reunir a las naciones de la tierra y de la diversidad de sus propias tareas y de las de sus agencias especializadas”.
También se dice que “los líderes mismos del G20 afirman en la declaración final de Pittsburgh del 2009 que ‘la crisis económica demuestra la importancia de comenzar una nueva era de la economía global basada en la responsabilidad’. A fin de hacer frente a la crisis y abrir una nueva era ‘de la responsabilidad’, además de las medidas de tipo técnico y de corto plazo, los leaders proponen una ‘reforma de la arquitectura global para afrontar las exigencias del siglo XXI’ y, por tanto, ‘un marco que permita definir las políticas y las medidas comunes con el objeto de producir un desarrollo global sólido, sostenible y equilibrado’”.
Los agentes de la reforma y la política
Los agentes más convocados en el documento y llamados a enfrentar el problema son los países. Son los más directamente responsables, hoy por hoy, del bien común. Unos, los más poderosos o privilegiados, tienen que ceder espacios; otros, emergentes, incorporarse al ejercicio del poder económico internacional. Pero no son solo los países; nadie escapa a la responsabilidad: “Como ha exhortado Benedicto XVI, son indispensables personas y operadores, en todos los niveles –social, político, económico y profesional– motivados por el valor de servir y promover el bien común mediante una vida buena”. Y entre ellos, como podemos imaginar, “cada cristiano”.
Espiritualidad, ética y política
Para salir del desorden vigente, el documento propone poner en marcha un proceso pero con un criterio conocido en la enseñanza social católica: la primacía del ser sobre el tener y de la ética sobre la economía. El documento lo dice de una manera algo densa pero certera: “En dicho proceso, es necesario recuperar la primacía de lo espiritual y de la ética y, con ello, la primacía de la política –responsable del bien común– sobre la economía y las finanzas”. La política es considerada el terreno privilegiado para la asunción de responsabilidades al servicio del bien común.
Sin temor a desestabilizar para poner más orden
Finalmente, un llamado: “No se ha de temer el proponer cosas nuevas, aunque puedan desestabilizar equilibrios de fuerza preexistentes que dominan a los más débiles. Son una semilla que se arroja en la tierra, que germinará y no tardará en dar frutos”.
(1)  Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad pública con competencia universal

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