Día del Trabajo
El próximo sábado primero de mayo se conmemora el día del trabajador. Como es habitual, junto con las celebraciones y menciones especiales, asistiremos a discursos y balances sobre la situación actual del empleo, donde destacaran nuestra extendida precariedad laboral y algunos esfuerzos individuales para superarla.
Sin embargo, el balance de este año es doblemente importante por su carácter simbólico y político. Dentro de poco cumpliremos una década de iniciado el retorno a la democracia. Proceso que supuso, en lo formal, el establecimiento de un régimen respetuoso de las instituciones y los derechos fundamentales (incluidos los laborales). Y que albergó, al mismo tiempo, una esperanza de cambio para importantes sectores de la población, que esperaban una mayor inclusión a través del empleo.
Trabajo decente: el gran ausente
El Perú es uno de los países con indicadores de trabajo decente más bajos en la región. De acuerdo a un estudio reciente, los índices de inestabilidad, precariedad laboral y desigualdad económica se mantuvieron o crecieron, pese al periodo de crecimiento experimentado entre 2002 y 2008. Así, la cantidad de empleos estables (contratos indefinidos) decayó de 54% a 31% entre 1998 y 2007, mientras que el empleo temporal (a plazo fijo) aumentó de 46% a 69% en ese periodo. Esto en un país donde el subempleo y el empleo en el sector informal representan el 52% y 68% de la PEA, respectivamente; y donde el salario mínimo –que apenas creció durante la bonanza– supone apenas la mitad de la canasta básica familiar (Trabajo decente: subregional, Plades, 2010).
El cuadro se agrava cuando se echa una mirada a la situación de los derechos sindicales, principal herramienta con que cuentan los trabajadores para mejorar sus ingresos y calidad de vida. De acuerdo a un informe de Julio Gamero, el número de trabajadores sindicalizados –luego de una importante recuperación entre el 2001-2005– habría experimentado una caída importante, pasando de 7.1% a 4.5% entre el 2007 y 2009 (hoy no superan las 100 mil afiliaciones). No extraña, por tanto el descenso de negociaciones colectivas solucionadas por trato directo – se pasó de 434 en el 2007, a 364 en el 2008 y a 364 en el 2009–, reflejo del poco apego en el medio por el dialogo y la concertación social (www.redge.org.pe).
El discurso oficial y la escopeta de los dos cañones
Existe consenso en señalar al subempleo y la informalidad como problemas laborales muy importantes. Esta situación responde a varios factores: la ausencia de una debida fiscalización, la baja productividad y rentabilidad de las pequeñas empresas, una extendida cultura de la evasión. Todo esto en el marco de un modelo económico que desprotege al mercado interno y la industria local, sectores con mayor incidencia sobre el empleo. Por el contrario: acá se apostó por consolidar la matriz primario exportadora –punta de lanza de la economía neoliberal– pese a su débil impacto en la creación de puestos de trabajo.
Si bien es ésta una relación conocida, los últimos gobiernos optaron por aprobar acuerdos de libre comercio con algunas potencias industriales (EE.UU, China y la UE) acentuando la relación asimétrica y desventajosa que existe con economías pequeñas y subdesarrolladas como la nuestra. Para el discurso oficial, la liberalización comercial –y la flexibilización laboral– representan las vías idóneas para generar y mejorar la calidad del empleo. Una visión que no toma en cuenta experiencias similares previas (por ejemplo, el impacto del TLCAN en México, donde más de un millón de campesinos migraron al Norte desplazados de sus tierras), ni los efectos producidos en nuestro propio país.
Así, a un año de entrado en vigencia el TLC- EE.UU., el número de empleos generados en los sectores exportadores decayó notablemente (hecho vinculado a la crisis internacional), mientras algunos rubros –el textil-confecciones, por ejemplo– ya acusan recibo por las importaciones subvaluadas desde China (cerca de 70 mil empleos perdidos, según la Unión Nacional de Empresarios Textiles).
Resulta elocuente, en este contexto, los “esfuerzos” realizados por el gobierno para “elevar” los estándares laborales en el medio: el estudio de Gamero detectó un retroceso “atípico” en el número de inspecciones sobre seguridad ocupacional (326) realizadas por MTPE el 2009, luego de que el 2008 se incrementara al doble (742) respecto del 2007 (325) –año que se firma el TLC. Este hecho –junto con la ampliación del régimen Mype – evidenciaría la doble cara del gobierno respecto de los compromisos adoptados en el marco del TLC con EE.UU.
Con todo, las celebraciones por el día del trabajador representan una buena oportunidad para reflexionar sobre el problema del empleo y sus posibles soluciones. Más cuando asistimos a un nuevo ciclo electoral, tiempo en el que el “cebo de culebra” y las promesas demagógicas estarán a la orden del día.
AUTOR : Enrique Fernández-Maldonado Mujica ; Sociólogo. Plades
FUENTE : ACTUALIDAD ECONOMICA DEL PERU
Sin embargo, el balance de este año es doblemente importante por su carácter simbólico y político. Dentro de poco cumpliremos una década de iniciado el retorno a la democracia. Proceso que supuso, en lo formal, el establecimiento de un régimen respetuoso de las instituciones y los derechos fundamentales (incluidos los laborales). Y que albergó, al mismo tiempo, una esperanza de cambio para importantes sectores de la población, que esperaban una mayor inclusión a través del empleo.
Trabajo decente: el gran ausente
El Perú es uno de los países con indicadores de trabajo decente más bajos en la región. De acuerdo a un estudio reciente, los índices de inestabilidad, precariedad laboral y desigualdad económica se mantuvieron o crecieron, pese al periodo de crecimiento experimentado entre 2002 y 2008. Así, la cantidad de empleos estables (contratos indefinidos) decayó de 54% a 31% entre 1998 y 2007, mientras que el empleo temporal (a plazo fijo) aumentó de 46% a 69% en ese periodo. Esto en un país donde el subempleo y el empleo en el sector informal representan el 52% y 68% de la PEA, respectivamente; y donde el salario mínimo –que apenas creció durante la bonanza– supone apenas la mitad de la canasta básica familiar (Trabajo decente: subregional, Plades, 2010).
El cuadro se agrava cuando se echa una mirada a la situación de los derechos sindicales, principal herramienta con que cuentan los trabajadores para mejorar sus ingresos y calidad de vida. De acuerdo a un informe de Julio Gamero, el número de trabajadores sindicalizados –luego de una importante recuperación entre el 2001-2005– habría experimentado una caída importante, pasando de 7.1% a 4.5% entre el 2007 y 2009 (hoy no superan las 100 mil afiliaciones). No extraña, por tanto el descenso de negociaciones colectivas solucionadas por trato directo – se pasó de 434 en el 2007, a 364 en el 2008 y a 364 en el 2009–, reflejo del poco apego en el medio por el dialogo y la concertación social (www.redge.org.pe).
El discurso oficial y la escopeta de los dos cañones
Existe consenso en señalar al subempleo y la informalidad como problemas laborales muy importantes. Esta situación responde a varios factores: la ausencia de una debida fiscalización, la baja productividad y rentabilidad de las pequeñas empresas, una extendida cultura de la evasión. Todo esto en el marco de un modelo económico que desprotege al mercado interno y la industria local, sectores con mayor incidencia sobre el empleo. Por el contrario: acá se apostó por consolidar la matriz primario exportadora –punta de lanza de la economía neoliberal– pese a su débil impacto en la creación de puestos de trabajo.
Si bien es ésta una relación conocida, los últimos gobiernos optaron por aprobar acuerdos de libre comercio con algunas potencias industriales (EE.UU, China y la UE) acentuando la relación asimétrica y desventajosa que existe con economías pequeñas y subdesarrolladas como la nuestra. Para el discurso oficial, la liberalización comercial –y la flexibilización laboral– representan las vías idóneas para generar y mejorar la calidad del empleo. Una visión que no toma en cuenta experiencias similares previas (por ejemplo, el impacto del TLCAN en México, donde más de un millón de campesinos migraron al Norte desplazados de sus tierras), ni los efectos producidos en nuestro propio país.
Así, a un año de entrado en vigencia el TLC- EE.UU., el número de empleos generados en los sectores exportadores decayó notablemente (hecho vinculado a la crisis internacional), mientras algunos rubros –el textil-confecciones, por ejemplo– ya acusan recibo por las importaciones subvaluadas desde China (cerca de 70 mil empleos perdidos, según la Unión Nacional de Empresarios Textiles).
Resulta elocuente, en este contexto, los “esfuerzos” realizados por el gobierno para “elevar” los estándares laborales en el medio: el estudio de Gamero detectó un retroceso “atípico” en el número de inspecciones sobre seguridad ocupacional (326) realizadas por MTPE el 2009, luego de que el 2008 se incrementara al doble (742) respecto del 2007 (325) –año que se firma el TLC. Este hecho –junto con la ampliación del régimen Mype – evidenciaría la doble cara del gobierno respecto de los compromisos adoptados en el marco del TLC con EE.UU.
Con todo, las celebraciones por el día del trabajador representan una buena oportunidad para reflexionar sobre el problema del empleo y sus posibles soluciones. Más cuando asistimos a un nuevo ciclo electoral, tiempo en el que el “cebo de culebra” y las promesas demagógicas estarán a la orden del día.
AUTOR : Enrique Fernández-Maldonado Mujica ; Sociólogo. Plades
FUENTE : ACTUALIDAD ECONOMICA DEL PERU
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