Las agencias de crédito en Estados Unidos cierran el año persiguiendo a los consumidores más vulnerables
“El truco es cobrar exponencialmente y en repetidas ocasiones un montón por pequeñas dosis de crédito”
Cuando llegué a los Estados Unidos, hace ahora más de un decenio, en España apenas existía cultura del crédito, las cosas se compraban ahorrando o a plazos. Apenas recién llegado al país alguien me dijo que debía pedir una tarjeta de crédito para ir construyendo mi “credit record”. Sin este historial crediticio las compañías y los bancos simplemente no sabrían qué tipo de consumidor soy, si soy fiable a no, y por lo tanto no me prestarían dinero en caso de que lo necesitara. En fin, que sin tarjetas de crédito y sin historial crediticio, uno no es una persona, es sólo un interrogante del que los dueños del dinero no saben qué esperar.
Y así fue como adquirí mi primera tarjeta de crédito para que los bancos supieran quién era yo. En unos cuantos meses mi deuda ascendió a 500 dólares, pero con los intereses, variables y escritos en letra pequeña, muy pronto casi se dobló y dejé de hacer los correspondientes pagos. Curiosamente, Providian, la compañía propietaria de mi tarjeta de crédito, fue condenada en 1999, a pagar 100 millones de dólares, la multa más grande que haya recibido una compañía de tarjetas de crédito en Estados Unidos. En uno de los memos internos, que se hicieron públicos durante el juicio, Andrew Kahr, Presidente de Providian, afirmaba que “hacer pagar a la gente por tener acceso al crédito es un negocio lucrativo allí donde se practique” y añadía “¿Es un trozo de comida demasiado pequeño para agarrarlo cuando te estas muriendo de hambre y no hay nada más a la vista? El truco es cobrar exponencialmente y en repetidas ocasiones un montón por pequeñas dosis de crédito”. [1]
A pesar de estas prácticas ilegales e injustas, cuando una persona deja de hacer sus pagos mensuales automáticamente da comienzo un suplicio no sólo económico, sino también psicológico. Las compañías de tarjetas de crédito cuentan con todo un aparato legal a su favor. En primer lugar, reportan la deuda a tres entidades nacionales –Experian , Equifax y Transunion- que se encargan de inscribir todos los detalles en el historial crediticio del acreedor asignarle un número de fiabilidad a la persona en cuestión (“credit score”). Esta información puede obtenerla cualquier persona o entidad que pague por ella. De este modo el historial crediticio de una persona puede aparecer cuando alquilas una casa, cuado abres una cuenta en el banco, cuando contratas una línea de teléfono, cuando te presentas a un trabajo etc. Al cabo de tres meses, las compañías de tarjetas de crédito venden la deuda a otras compañías (“debt collectors”) en paquetes basura para que éstas se encarguen de cobrarla (nótese la cantidad de intermediarios que se benefician en el proceso) .
De este modo, a los tres meses de no haber pagado la tarjeta empecé a recibir llamadas, muchas de ellas a horas intempestivas del día y de la noche. El tono de la persona que llamaba podía ser condescendiente, comprensivo, moralista, agresivo, amenazante etc. Evidentemente, el propósito era hacerme la vida imposible para cobrar los pagos de alguna manera. Al final, con mucho sacrificio, logré poco a poco pagar la deuda, pero para que sacaran la mancha del historial crediticio tuve que hacer “un cursillo de reeducación” por Internet. El curso consistía en una serie de preguntas múltiples, todas ellas destinadas a disciplinarme para transformarme en un buen consumidor y en un mejor deudor.
Por eso, en octubre del 2008 cuando el gobierno de los Estados Unidos empezó a utilizar el dinero de todos los contribuyentes para subsidiar a bancos y otras instituciones financiaras que no podían hacerse cargo de su deuda, lo primero que se me ocurrió es que deberían darnos a todos el teléfono de la casa de los directivos de Goldman Sachs o Bank of America para que podamos llamarlos a casa y preguntarles “si tienen un plan para pagar la deuda”, multiplicarles los intereses y amenazarles con hacerles la vida imposible. Podríamos también administrarles el mismo examen de reeducación y humillarles un rato como hacen ellos con sus clientes más vulnerables. Lo increíbles que pueden resultar estás ideas habla por sí solas de la brutal asimetría de poder entre ellos y nosotros. No obstante, uno esperaría que tras haberlos rescatado con dinero público por lo menos les daría un poco más de pudor insistir en sus chantajes psicológicos y en sus prácticas de usura. Lejos de tales intenciones y favorecidos por la administración Obama que no se ha atrevido ni siquiera a implementar una tímida reforma en el mercado crediticio, las compañías de tarjetas de crédito han decidido atacar, con renovada agresividad, a los clientes de mayor edad y con menos recursos.
De acuerdo con el East Bay Express , Willie M., que prefiere no dar su nombre por vergüenza, es una celadora afroamericana jubilada de 83 años. En total, Willie M. que vive en Oakland (California) cobra 1.100 dólares, 800 de la seguridad social y 300 de su pensión. En el año 2000 Willie adquirió su primera tarjeta de crédito tras recibir una llamada de promoción. Uno de los argumentos que la compañía esgrimió para convencerla es que podría contar con un poquito más de dinero para llegar a fin de mes y no tener que utilizar los comedores de la beneficencia. Muy pronto Willie adquirió una segunda tarjeta y, más pronto todavía, los intereses –en uno de los casos del 30%- se fueron acumulando y Willie dejó de poder pagar. [2]
El pasado mes de julio Willie, que entonces tenía 81 años, recibió una llamada de uno de los abogados de la compañía de acreedores, amenazándola con llevarla a juicio si no pagaba su deuda que, con los intereses, ascendía a 6.136 dólares. En el juicio Willie se representó a sí misma porque no tenía dinero para un abogado y la compañía acabó ganando el juicio. De acuerdo con la sentencia Willie debía pagar unos 70 dólares al mes y no quedaría libre de deuda hasta cumplir 119 años. Al no tener experiencia jurídica de ningún tipo, Willie olvidó mencionar en el juicio que una parte de su salario viene de la seguridad social y la otra de una pensión, estos datos la hubieran exonerado de toda culpa, puesto que es ilegal para cualquier compañía de crédito apropiarse de los fondos de pensiones o del dinero de la seguridad social.
Según el East Bay Community Law Center , el caso de Willie, lamentablemente, no es una excepción, sino que forma parte de una nueva estrategia nacional de las compañías de tarjetas de crédito. Esta estrategia implica tácticas más agresivas que las descritas anteriormente -por ejemplo acusar a clientes creyentes de ser “malos cristianos” por no pagar sus deudas- y, sobre todo, está enfocada a perseguir a los ancianos, los más pobres y los discapacitados. Es difícil imaginar lo que implica para personas como Willie no sólo en términos materiales, sino también psicológicos, ser víctima de una estructura legal y económica dispuesta a arrasar con todo para salir de la crisis. En su testimonio para el East Bay Expres, Wilie insiste en que el dinero no era para comprar cosas extravagantes, sino para comida, para invitar a dos amigas en dos ocasiones a cenar en Dennys (un restaurante de comida barata) y concluye: “Tienen que explicarle a la gente en cuantos líos se pueden meter con una tarjeta de crédito. Esto podría reducir un montón el estrés de la gente mayor. Esta experiencia me ha hecho sentirme fatal, estoy siempre preocupada”.
Leyendo el testimonio de Willie se le rompe a uno el corazón y le vienen a la mente las últimas imágenes de una película nada memorable, The fight club. Al final de The fight club, por lo demás una película hiper-misógina y para-fascista, el protagonista hace saltar por los aires varios rascacielos en los que están acumulados los datos de todas las compañías de tarjetas de crédito. La imagen sería hoy, después del 11 de septiembre, impensable, y entonces fue sólo posible, porque el protagonista era un psicótico. Marx ya advirtió en su momento a los anarquistas que abolir el dinero no sería la solución, puesto que el dinero y el capital no son la misma cosa. Sin embargo, la imagen de los rascacielos colapsando con toda esa información contiene una verdad para la lucha: que no tiene sentido seguir hablando de liberad mientras sigamos dominados por todos esos números imaginarios.
[1] Sam Zuckerman “How Providian Misled Carldholders”. San Francisco Chronicle, Domingo 5-5-2002 http://www.sfgate.com/cgi-bin/article.cgi?file=/c/a/2002/05/05/MN138910.DTL
[2] Bernice Yeung. “ Credit Card Issuers Say I’ll See you in Court” East Bay Express, 16-22 de Diciembre, 2009. http://www.eastbayexpress.com/ebx/credit-card-issuers-say-ill-see-you-incourt/Content?oid=1532208
AUTOR : LUIS MARTIN CABRERA
FUENTE : REBELION
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